Unos matones ataron a una tranquila campesina a un árbol. Una llamada después, llegó su esposo de Delta Force.

Unos matones ataron a una tranquila campesina a un árbol. Una llamada después, llegó su esposo de Delta Force.

“Los abusadores ataron a una tranquila campesina a un árbol—Una llamada después, llegó su esposo de la Fuerza Delta”

El sol se ponía sobre los campos dorados de Willow Creek, Iowa, tiñendo el cielo de tonos naranjas y morados, pero para Ellie Mae Thornton, de dieciséis años, la belleza de esa tarde se perdió en una neblina de miedo. Sus muñecas ardían atadas con fuerza con una cuerda áspera contra la áspera corteza de un viejo roble. La risa cruel y burlona de Lotter resonaba a su alrededor mientras tres figuras se cernían en la luz que se desvanecía.

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Los abusadores del instituto Willow Creek la habían vuelto a señalar, pero esta vez, habían ido demasiado lejos. Atada a ese árbol, sola y humillada, Ellie Mae no tenía ni idea de que una llamada telefónica lo cambiaría todo y traería una tormenta que nadie en ese pequeño pueblo podría haber predicho.

Ellie Mae no era como los demás chicos de Willow Creek. Era silenciosa, casi invisible, con su desgastado overol vaquero y una trenza que le caía por la espalda como una cuerda.

La granja de su familia, un extenso mosaico de maíz y soja, era su mundo. Había crecido ordeñando vacas antes del amanecer, arreglando cercas con su padre y leyendo libros desgastados bajo la sombra del mismo roble donde ahora se encontraba indefensa. La escuela era diferente.

En el instituto Willow Creek, su timidez la convertía en un blanco fácil. Su ropa descolorida y su carácter suave y hablador eran como un letrero de neón para chicos como Travis Boone, el mariscal de campo con una sonrisa tan afilada como una cuchilla, y sus compinches, Lilo y Cody, que lo seguían como lobos a la zaga de un líder. Empezó con pequeñas risitas en el pasillo.

En su casillero se colaban notas con palabras como Frake y Loser garabateadas con tinta irregular. Ellie Mae mantenía la cabeza gacha, aferrándose a sus libros como un escudo. Pero Travis tenía un don para la crueldad, y esa primavera, se propuso doblegarla.

¿Te crees mejor que nosotros? Granjera. Se burló un día en la cafetería, tan alto que toda la sala lo oyó. Ellie Mae se puso colorada, con la mirada clavada en el suelo de linóleo.

No se creía mejor. No se tenía en alta estima. Para cuando llegó el verano, el acoso había aumentado.

Un día, Travis y su equipo la siguieron a casa, arrojándole piedrecitas mientras caminaba por el camino de tierra hacia su granja. Ella corrió, con la respiración entrecortada, pero ellos eran más rápidos, su risa la perseguía como una sombra. Fue entonces cuando se les ocurrió la idea, la idea enfermiza y retorcida que la llevó al roble…

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