Madre Desesperada Acepta el Trato de una Extraña para Salvar a su Hijo—Lo Que Sucede Es Increíble

 

“Puedo salvar a tu hijo si me das de comer”, dijo la niña —nadie imaginaba lo que ocurrió después

En un pequeño pueblo rodeado de bosques y leyendas, vivía Doña Eulalia, una madre angustiada cuyo hijo, Mateo, yacía gravemente enfermo durante días. Los médicos del pueblo no encontraban remedio, y los curanderos solo ofrecían oraciones vacías. Desesperada y al borde de la locura, Eulalia rezaba todas las noches para encontrar una solución antes de perder a su pequeño.

Una tarde lluviosa, mientras recogía leña en el bosque, Eulalia escuchó una voz suave tras los arbustos. Al volverse, vio a una niña pálida y delgada, con ojos grandes y luminosos, vestida con harapos e increíblemente sucia, como si hubiera vivido escondida en la naturaleza. Pese a su aspecto, la niña transmitía una extraña paz.

 

 

—Señora, escuché tu llanto y sé que tu hijo está muriendo —dijo la niña con voz firme—. Yo puedo salvarlo, pero necesito algo a cambio.

—¿Qué necesitas? —preguntó Eulalia, desesperada pero cautelosa.

—Aliméntame esta noche. Dame pan y leche caliente —respondió la niña—. Nadie en este pueblo me ha alimentado jamás, y ya es hora de que una bondad traiga otra.

Aunque los temores y supersticiones sobre espíritus rondaban el lugar, Eulalia sintió una chispa de esperanza. La llevó a su casa, le preparó pan fresco, leche y una manta para que pudiera entrar en calor. La niña comió con ansias y sonrió agradecida.

—Ahora, llévame junto a tu hijo —pidió al terminar.

En la habitación, la niña se sentó junto a Mateo. Cerró los ojos, le tomó la mano y susurró palabras en un idioma desconocido. Un viento suave recorrió el cuarto; la lámpara tembló. Minutos después, la niña besó la frente de Mateo y le dijo a Eulalia:

—Mañana, cuando amanezca, tu hijo despertará sano. No temas. Lo único que necesitaba era un poco de compasión.

Eulalia quiso agradecer, pero la niña ya se marchaba. Cuando trató de seguirla, la perdió de vista. Nadie más en el pueblo recordaba a esa pequeña o supo decir de dónde venía.

Al día siguiente, Mateo despertó por primera vez en semanas, sano y sonriente, como si nunca hubiese estado enfermo. El milagro se extendió por todo el pueblo, y Eulalia contó la historia de la niña misteriosa. Nadie lo podía creer, pero todos aprendieron una poderosa lección: a veces, una simple muestra de bondad puede traer los milagros más insospechados.

Desde entonces, cada familia del pueblo deja pan y leche en sus puertas una vez al mes, y cuentan a los niños la historia de la pequeña forastera que cambió sus destinos para siempre.

 

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