“¿POR QUÉ NO SALUDAS?” Aún no sabía QUIÉN estaba frente a él…

“¿POR QUÉ NO SALUDAS?” Aún no sabía QUIÉN estaba frente a él…

Un cálido día de otoño. Se estaba llevando a cabo una revisión de brigada en un campamento militar, no lejos del cuartel general de la unidad. Los soldados formaron filas y los oficiales conversaban entre ellos mientras esperaban la llegada de la comisión.’

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El teniente coronel Alexei Kovalchuk apareció en la plaza de armas, un hombre conocido a sus espaldas por su arrogancia y altivez. Ni sus subordinados ni sus colegas lo apreciaban, pero estaba acostumbrado a intimidar a todos con miedo y gritos. Justo entonces, una mujer uniformada apareció en la plaza de armas. Sus pasos eran tranquilos y seguros, su mirada directa y su chaqueta le sentaba a la perfección.
Parecía como si incluso el viento se abría ante su figura. No buscaba llamar la atención, simplemente hacía lo que creía correcto. Pero para Kovalchuk, esto fue suficiente para intentar mostrar su superioridad.
“Oiga, soldado”, dijo en voz alta, con los ojos brillantes. “¿Por qué no saluda?”.
Su voz, llena de sarcasmo malicioso, resonó entre las filas. Los soldados se quedaron paralizados, muchos apartaron la mirada, como temerosos de verse arrastrados a otra actuación. La mujer se detuvo, giró la cabeza y miró al teniente coronel directamente a los ojos durante unos segundos.
No había rastro de miedo ni irritación en su mirada, solo una serena curiosidad. Parecía estar evaluándolo, como un cirujano experimentado que evalúa a un paciente antes de una operación. “¿Seguro que se dirige a mí?” Su voz era baja y segura.
Había un tono de acero en ella. “¿Quién más?”, rió Kovalchuk.
En la plaza de armas, el oficial superior siempre tiene la razón. Aquí, yo mando. Y cuando digo “saludo”, significa “saludo”.

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