El hotel Crystal Regent nunca había estado tan resplandeciente.

El hotel Crystal Regent nunca había estado tan resplandeciente. Las arañas de cristal bañaban el salón en luz dorada, las rosas blancas decoraban cada rincón y los violines tejían una melodía romántica sobre el murmullo de los invitados, todos vestidos con trajes elegantes y copas de champán en mano. Todo parecía perfecto, hasta que la mirada se posó en la novia.

Elena descendió la gran escalera con una gracia que detuvo la sala, pero sus pasos eran inseguros, su respiración agitada. El vestido de encaje resaltaba su figura, pero ni el mejor maquillaje podía ocultar el cansancio y la fragilidad en su rostro. Nadie sospechaba nada oscuro; después de todo, estaba a punto de casarse con uno de los hombres más ricos del país, Jonathan Hell, quien la esperaba en el altar con una sonrisa brillante.

Cuando Elena llegó junto a Jonathan, él le apretó la mano con fuerza, susurrándole con voz suave pero firme: “Firme”. Para los demás, era un gesto de apoyo; para ella, una advertencia. El oficiante comenzó la ceremonia, las cámaras giraban, los fotógrafos reverenciaban a la pareja. Elena intentó concentrarse, repitiéndose que pronto sería madre, que su hijo nacería en un mundo seguro y rico. Pero su corazón latía con violencia, y el control de Jonathan sobre su mano era un recordatorio constante.

Las luces resaltaban sus pómulos, pero también las sombras que el maquillaje intentaba ocultar: un hematoma en la mandíbula, decoloraciones cerca de la clavícula. Elena había insistido en maquillarse sola, buscando cubrir la hinchazón alrededor de los ojos. Pero la perfección solo ocultaba las grietas más profundas.

Un calor repentino la recorrió, la sala se volvió borrosa, y el dolor en su costado la hizo tambalearse. Intentó repetir las palabras del oficiante, pero la voz se le quedó atascada. Jonathan la miró con irritación disfrazada de sonrisa. Elena se obligó a concentrarse, a mantener la compostura, pero su cuerpo no cooperaba. Un escalofrío la recorrió, la música se desvaneció y su visión se estrechó. Sus dedos se soltaron del agarre de Jonathan, y antes de que él pudiera reaccionar, Elena se desplomó. El ramo cayó, los pétalos blancos se esparcieron como nieve sobre el mármol. El velo la siguió como un ala caída. La música se detuvo, los invitados corrieron hacia ella, alguien gritó pidiendo un médico.

Jonathan se arrodilló a su lado, urgido, pero más preocupado por las cámaras que por Elena. La luz reveló un moretón amarillento bajo el maquillaje. El silencio se apoderó del salón. Una cardióloga entre los invitados se acercó rápidamente, revisando el pulso de Elena. “Esto no son solo nervios”, murmuró, “llamen al equipo médico”. Los paramédicos llegaron, la colocaron en una camilla, y el movimiento reveló aún más marcas en su piel.

Los susurros crecieron. “Eso es un moretón”, dijo una mujer. “No es por desmayo.” Jonathan intentó cubrir el rostro de Elena con el velo, pero el pánico ya era visible. “La gente exagera”, murmuró, intentando reír, pero el sonido era quebrado. Los paramédicos confirmaron: pulso débil, embarazo en riesgo.

Cuando la camilla salió del salón, los murmullos se hicieron más intensos. Los invitados notaban las marcas en la muñeca de Elena, la palidez en su rostro. Jonathan intentó controlar la narrativa: “Es agotamiento, nada más”. Pero nadie parecía convencido.

De repente, las puertas se abrieron de golpe. Un grupo de hombres de traje negro entró, seguidos por un hombre alto, de presencia imponente. Adrián Moretti, jefe de la mafia y hermano de Elena, cruzó el salón con autoridad. “¿Dónde está mi hermana?”, preguntó. El silencio fue absoluto. Jonathan intentó defenderse, pero Adrián no se dejó intimidar.

La doctora confirmó ante todos: los moretones no eran recientes, eran de fuerza significativa. Adrián sacó una grabación. La voz temblorosa de Elena pedía ayuda, relataba el miedo a Jonathan, temía por su bebé. Jonathan intentó negar, pero la evidencia era irrefutable. Los invitados, antes admiradores, ahora lo miraban con repulsión.

Adrián presentó fotos médicas, pruebas de abuso repetido. Un video mostró a Jonathan agarrando a Elena por el brazo, ella suplicando que la dejara salir. El salón se llenó de indignación, los patrocinadores retiraron sus apoyos, la junta directiva anunció una reunión de emergencia para destituirlo.

Cassandra, la amante, intentó defenderse, pero su implicación también salió a la luz. Los invitados la acusaron de ayudar a encubrir el abuso. Adrián entregó todas las pruebas a las autoridades. Jonathan fue escoltado fuera, su imperio desmoronándose ante la mirada juzgadora de todos.

Arriba, en la sala del hospital, Elena despertó bajo el cuidado de Adrián. “Estás a salvo”, le susurró su hermano. “El bebé está bien.” Elena lloró, liberada por fin del miedo. “Pensé que mantener la paz protegería al bebé”, confesó. “Ahora puedes sanar”, le aseguró Adrián. “Reconstruirás la vida que mereces.”

Mientras abajo el mundo de Jonathan se derrumbaba, arriba Elena comenzaba a respirar libremente. El miedo había terminado. La justicia había comenzado. Y una nueva vida, llena de esperanza, esperaba en el horizonte para madre e hijo.

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