UN MILLONARIO RESCATA TRES BEBÉS ABANDONADOS EN EL HOSPITAL JUSTO DESPUÉS DE NACER

Cuando todos salieron, arrastré una silla y me senté entre las tres cunas. ¿Qué estaba haciendo ahí? ¿Qué esperaba descubrir mirando a tres bebés abandonados? Sin embargo, no podía alejarme. Cada vez que uno de ellos lloraba, sentía un impulso de hacer algo, cualquier cosa, para consolarlo. Fue la niña quien primero dejó de llorar, aparentemente exhausta.

Sus ojitos apenas se abrían, pero cuando lo hicieron, parecieron fijarse directamente en los míos. El niño más grande también se calmó haciendo solo pequeños ruidos de incomodidad. El tercer bebé continuó inquieto. Sin pensarlo mucho, extendí la mano y toqué suavemente el vientre del bebé que seguía llorando.

“Está bien”, murmuré sorprendido por la suavidad de mi propia voz. Está bien. No supe cuánto tiempo pasé así entre las tres cunas, alternando caricias y palabras suaves. En algún momento me di cuenta de que estaba llorando, lágrimas silenciosas que no derramaba desde el funeral de Lucía. La puerta se abrió y la enfermera regresó.

Licenciado Morales, todos están esperando. Saqué el celular del bolsillo. Llamé a mi abogado le dije a mi asistente cuando contestó, “Dígale que necesito que venga al hospital inmediatamente. Es una emergencia.” La enfermera me miró confundida. Me levanté secando discretamente mis lágrimas. “¿Cuáles son los procedimientos para la adopción?”, pregunté directamente.

La enfermera abrió mucho los ojos. “¿Usted quiere adoptar a uno de ellos?” Miré las tres cunas. La idea que comenzaba a formarse en mi mente era absurda, era impulsiva, irresponsable y completamente fuera de mi patrón meticuloso de tomar decisiones. Sin embargo, parecía lo único correcto. No, respondí finalmente.

 

Quiero adoptar a los tres. El silencio que siguió solo fue interrumpido por el llanto renovado de uno de los bebés. La jefa de enfermeras, la trabajadora social y la directora del hospital me miraban como si hubiera perdido la razón. Tal vez así era, licenciado Morales, comenzó la trabajadora social cautelosamente. Entiendo su impulso generoso, pero adoptar a un niño ya es un proceso complejo.

Tres bebés recién nacidos, eso requeriría recursos extraordinarios. Tiempo completo. Tengo recursos. Interrumpí. Puedo contratar enfermeras, niñeras, lo que sea necesario. Mi casa tiene espacio suficiente. No es solo cuestión de recursos materiales”, continuó la trabajadora social. Es una responsabilidad enorme. Usted es soltero, tiene una carrera exigente.

Tres bebés requerirían un cambio completo en su estilo de vida. Miré nuevamente a los bebés. Mi estilo de vida necesita realmente un cambio. Las siguientes horas fueron un torbellino. Mi abogado llegó visiblemente perplejo ante la situación. La ceremonia de inauguración ocurrió con dos horas de retraso con un discurso mecánico de mi parte mientras mi mente estaba completamente enfocada en los tres bebés del tercer piso. Formularios, entrevistas preliminares apresuradas.

La trabajadora social dejó claro que aquello era solo el comienzo de un proceso largo y minucioso, que sería sometido a evaluaciones psicológicas, visitas domiciliarias y que no había garantía de aprobación. Necesitamos verificar su historial completo, sus condiciones financieras, su red de apoyo familiar, explicaba mientras yo firmaba documento tras documento. Hagan lo que sea necesario, respondí simplemente.

Cuando finalmente dejé el hospital aquel día, sabía que mi vida había cambiado para siempre. No tenía idea de cómo sería cuidar de tres bebés recién nacidos. No sabía si sería aprobado como padre adoptivo. No estaba seguro si estaba tomando la decisión más sensata. Lo que sí sabía era que por primera vez en 5 años el vacío dentro de mí había sido llenado por algo que parecía esperanza.

Y mientras conducía de vuelta a mi mansión demasiado silenciosa, comencé mentalmente a planear los cambios que necesitaría hacer: habitaciones para bebés, cunas, ropa, juguetes, un equipo de apoyo. Recordé los nombres que necesitaría elegir. Mateo, la madre ya lo había pedido. Los otros dos, quizás Sofía para la niña, como mi abuela, y Diego para el otro niño. Sofía, Mateo y Diego, mis hijos. La idea era tan aterradora como reconfortante. Mi celular sonó. Era mi madre.

Alejandro, ¿qué es esta locura que estoy escuchando? ¿Quieres adoptar a tres bebés al mismo tiempo? Perdiste completamente el juicio. Sonreí mientras entraba al garaje de mi casa. Una casa que pronto se llenaría de llantos, risas y el desorden indescriptible que tres bebés seguramente causarían. Tal vez mamá.

Tal vez encontré mi juicio por primera vez. Mi mansión en las lomas, antes un monumento a la soledad disfrazada de lujo, se transformó de la noche a la mañana. La habitación de huéspedes principal, con su decoración minimalista y tonos neutros, se dio lugar a tres cunas blancas dispuestas en semicírculo. Las paredes, antes de un gris elegante, ahora exhibían calcomanías coloridas de animales sonrientes que la decoradora contratada a toda prisa me aseguró eran estimulantes para el desarrollo cognitivo.

Observaba la transformación con una mezcla de fascinación y terror. En menos de 48 horas desde mi decisión en el hospital, mi vida había dado un giro completo. La custodia temporal de los trillizos, como ya los llamaba, aunque sabía que no estaban biológicamente relacionados, fue sorprendentemente concedida con rapidez, gracias a la influencia de mi abogado y a la situación especial de los bebés.

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