“Citas, Café y Segundas Oportunidades”

“Citas, Café y Segundas Oportunidades”

LA PARTIDA POSTERIOR
El teléfono vibró en la mesita de noche. Ella puso los ojos en blanco y suspiró.
—Esto no es para mí… —susurró, mirando la pantalla iluminada.
Una nieta había instalado una aplicación de citas para “entretenerse”. Al principio, le pareció absurdo. “¿Quién querría hablar con una anciana como yo?”, pensé. Pero la curiosidad lo superó, y esa noche deslizó el dedo hacia la derecha.

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Al otro lado de la ciudad, él hacía lo mismo. Viudo desde hacía años, también había sido persuadido por un sobrino que insistió: “No tienes nada que perder, hombre. Dale una oportunidad”. ”
Cuando vio su foto —el pelo blanco recogido, la mirada fija— dudó un segundo. Y luego sonrió.
“A ver qué pasa”, dijo, tocando el corazón verde.
La aplicación vibró en ambas pantallas: ¡Es compatible!
Ella rió con incredulidad.
—Parece que alguien se equivocó.
Escribió el primer mensaje:
—Hola. No sé usar bien esto, pero creo que hemos coincidido.
La conversación empezó incómoda, con frases cortas y errores de teclado. Pero poco a poco se fueron soltando. Hablaron de música, de viajes que nunca hicieron, de libros guardados en estanterías polvorientas. Descubrieron que habían crecido en barrios cercanos, que conocían los mismos lugares, incluso que habían ido al mismo cine de jóvenes sin conocerse.
Una noche ella escribió:
—¿Y si dejamos de hablar a través de pantallas y nos vemos?
Tardó en responder, nervioso.
—¿Y si no te gusto en persona?
“Así que pedimos café y nos reímos de la —Intento —respondió ella con un emoji torpe.
Eligieron un café discreto en el centro.
El día había llegado. Ella llegó primero, con el corazón acelerado como en su juventud. Él apareció minutos después, con una chaqueta azul marino y una bufanda desgastada. Se reconocieron al instante.
—¿Eres tú? —preguntó él, sonriendo tímidamente.
—El mismo que habló contigo hasta la medianoche —respondió ella.
Se sentaron cara a cara, nerviosos como adolescentes. Al principio, el silencio pesaba más que las palabras. Entonces, una broma torpe rompió la barrera:
—Pareces más alto que en la foto.
—Y eres más guapo que en la charla.
Las risas fluían. El café se convirtió en dos, y luego un paseo por las calles del barrio. Se sorprendieron de lo fácil que era hablar, de lo natural que era mirarlos.
—¿Te das cuenta? —dijo ella, deteniéndose frente a una librería cerrada.
—¿De qué?
—Que podríamos habernos cruzado mil veces antes… y nos encontramos aquí, en una aplicación usada por jóvenes.
Él tomó Su mano con cuidado.
—Quizás la vida nos estaba salvando este momento.
Durante semanas siguieron viéndose, a escondidas de sus familias. No querían oír frases como «ya no les gusta» o «no te emociones demasiado». Preferían vivir su secreto como un tesoro.
Una tarde, mientras compartían un helado en un parque, él dijo:
—¿Sabes qué es lo mejor de todo?
Ella lo miró con curiosidad.
—Empecemos con un «match» en una pantalla… y terminamos con un sí en la vida real.
Esa noche, en su libro de aventuras, escribieron juntos:
“Hoy aprendimos que nunca es tarde para deslizar el dedo hacia la derecha. Que el amor puede encontrarte en un cuadrado, en un tren… o en una aplicación que nunca pensaste usar. Y que lo importante no es cómo, sino con quién”.

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