“El Tren de los Recuerdos: Una Historia de Amor y Música en Villa Aurora”

“El Tren de los Recuerdos: Una Historia de Amor y Música en Villa Aurora”

La estación de tren de Villa Aurora ya no tenía trenes. Los rieles estaban oxidados, los bancos rotos y las palomas eran las únicas que llegaban a tiempo.

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Pero allí estaba Antonia, sentada cada mañana en el mismo banco de madera, con su termo de café con canela y su sombrero azul.
—¿Qué espera, señora? —le preguntó una vez un turista curioso que pasaba en bicicleta.
—El tren de las 9:15 —respondió ella, sin dejar de mirar al horizonte.
—Pero… hace años que no pasa un tren por aquí.
—Por eso. Tiene más mérito que esperar.
El turista se fue riendo. Pero Antonia no.
A sus 82 años, Antonia vivía sola desde la muerte de su esposo, Ramiro. Él había trabajado como jefe de estación durante 40 años. Todos los días, después del turno, se sentaban juntos a tomar café con canela en la acera, incluso cuando llovía. «Si algún día me voy antes que tú», dijo una tarde, «espérame aquí. Donde sea. Iré a buscarte en el tren de las 9:15». Y si llego tarde, no te enfades. A veces los trenes hacen paradas inesperadas.
Ella prometió esperar.
Y él cumplió.
Todos los días, a las 9:10, abría su termo, servía dos tazas y dejaba una vacía a su lado. Nadie la molestaba. Algunos vecinos pensaban que estaba loca. Otros la admiraban en silencio.
Un lunes, apareció un joven con una guitarra. Se sentó a unos metros, afinando las cuerdas. Al día siguiente, regresó. Y a la siguiente. Hasta que finalmente se acercó.
—¿Puedo tocarte algo?
—¿Sabes bailar el vals?
—Uno o dos.
—Sí, entonces.
Él aterrizó. Ella tomó su café en silencio.
—¿Por qué siempre a las 9:15? —preguntó. —Porque hay trenes que no están hechos para llevarte… sino para devolverte lo que amabas.
El joven no lo entendía del todo, pero volvía todos los días, a la misma hora. Ella tocaba mientras esperaba.
Pronto, la estación empezó a llenarse de nuevos sonidos. Un florista puso un pequeño puesto. Un anciano sacó el tema del ajedrez. Dos chicas pintaban el suelo con tiza. Todos a las 9:15.
Martes nublado, Antonia no apareció.
El joven guitarrista esperaba de pie, con las cuerdas quietas.
Han pasado cinco días.
Al sexto día, una señora de ojos dulces llegó al banco con una tarjeta térmica y un sobre. Era la hija de Antonia.
—Murió mientras dormía —dijo—. Pero te dejó esto.
El joven abrió la carta. Gracias por acompañarme. No pude ver el tren. Pero sentí que alguien ya me había traído de vuelta. El amor no siempre se interpone… a veces viene con una guitarra y una copa compartida.

El banco ha estado vacío desde entonces… pero el joven siguió tocando. Todos los días a las 9:15.
Y aunque el tren nunca pasó, todos los que iban a esa estación sabían que algo había llegado de todos modos.
Porque hay esperanzas que no buscan ir a ninguna parte…
… solo buscan honrar el viaje.

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