El corazón de Tomás: Cuando el amor vence al lujo y la riqueza

Millonario pidió a su hijo elegir una madre entre cinco ricas, pero le escogió a la criada pobre. Aquella mañana la mansión de don Ernesto estaba más agitada que nunca. El hombre, dueño de una de las fortunas más grandes del país, había convocado a cinco mujeres elegantes, vestidas con lujosos trajes y joyas que brillaban con cada paso.

Todas estaban ahí por una sola razón, ganarse el corazón de su hijo Tomás, un niño de apenas 8 años que, según Ernesto, debía aprender a elegir bien quien ocuparía el lugar de su madre, ya que la suya había fallecido años atrás. En medio de la alfombra roja improvisada en el jardín, también estaba Clara, la criada de la casa, con su uniforme sencillo y mirada nerviosa, claramente fuera de lugar entre tanto lujo.

Ernesto, con un tono de voz que combinaba autoridad y frialdad, presentó a cada una de las mujeres. Aquí tienes, hijo, las mejores candidatas para ser tu madre. Todas ellas provienen de familias distinguidas, con educación impecable y reputación intachable. Las mujeres sonrieron con suficiencia, evaluando al pequeño como si se tratara de una entrevista.

Clara intentó retirarse discretamente, pero Ernesto la detuvo con un gesto seco.

– “Tú también te quedas, aunque seas solo para servirnos durante esta reunión.” Las palabras fueron como un golpe silencioso.

Clara bajó la mirada intentando ocultar el rubor que le subía al rostro por la humillación. Las candidatas comenzaron a acercarse al niño hablando con voces suaves, pero llenas de condescendencia.

 

Una le prometió que le compraría todos los juguetes que quisiera. Otra aseguró que le llevaría de viaje por el mundo, pero ninguna se agachó para mirarlo a los ojos. Todas lo veían como una pieza más del patrimonio. Tomás, en cambio, mantenía un semblante serio, casi incómodo. Miraba de reojo hacia Clara, que se mantenía en segundo plano sosteniendo una bandeja con jugos.

Clara no intentaba llamar su atención, pero cada gesto suyo era sincero, incluso cuando apartaba discretamente una abeja que se había posado cerca del niño. En medio de la conversación, una de las mujeres se giró hacia Clara y dijo con tono burlón,

– “¿Y tú, qué podrías ofrecerle a este niño que no tengamos nosotras? una vida llena de escasez y trabajo duro.

Las demás rieron suavemente como si hubieran presenciado un chiste privado. Clara, conteniendo el orgullo, respondió con voz baja pero firme, no tengo riquezas, pero puedo ofrecerle amor verdadero y cuidado honesto, algo que no se compra. El comentario provocó un silencio breve roto por una carcajada seca de Ernesto.
Eso es muy bonito para un cuento de niños, pero aquí hablamos de realidades. Tomás, al escuchar aquello, frunció el ceño. No entendía por qué su padre trataba así a Clara cuando ella siempre había estado a su lado, cuidándolo en las noches de fiebre y consolándolo cuando soñaba cosas feas.

– “Papá, no creo que el dinero sea lo más importante”, se atrevió a decir.

Ernesto lo miró con dureza. Hijo, cuando crezcas entenderás que el dinero decide todo, incluso quien merece estar en nuestra familia. Las mujeres asintieron complacidas con la sentencia, mientras Clara respiraba a hondo para no dejar que sus emociones se notaran.

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