EL LIBRO QUE NO ESTABA EN NINGÚN CATÁLOGO
En una pequeña isla del Caribe colombiano, donde los pescadores silban al mar antes de lanzar las redes y los niños juegan descalzos entre manglares, existía una escuelita de madera pintada de azul claro. Tenía un solo salón, un pizarrón astillado… y una maestra que soñaba con cambiar el mundo con libros.
Se llamaba Teresa, pero todos le decían “Tere”.
No tenía biblioteca. Solo una caja con ejemplares desordenados que se habían salvado del moho y del olvido. Pero Tere creía que un solo libro, en las manos correctas, podía abrir más puertas que una llave maestra.
Un día, mientras revisaba el estante, notó algo extraño.
Un libro que no recordaba haber visto antes.
No tenía título, ni autor. Solo una tapa verde con una pequeña estrella dibujada a mano. Lo abrió con cuidado. En la primera página, decía:
“Este libro aparece donde se necesita. Y desaparece cuando ha cumplido su misión.”
Tere sonrió. Pensó que era una broma de algún colega, pero algo en esa frase le dio escalofríos. Las páginas siguientes estaban en blanco… hasta que un niño llamado Ángel, de ocho años, entró al salón.
—Profe, ¿puedo quedarme hoy después de clase? Es que en casa hay mucha bulla.
—Claro, Ángel. Pero ayúdame a ordenar estos libros.
Mientras lo hacía, Tere le mostró el libro verde.
—Mira este. Apareció de la nada. ¿Te gustaría llevártelo?
—¿Puedo? Pero… no tiene nada escrito.
—A lo mejor, espera a ti para que lo llenes.
Ángel lo miró con extrañeza. Se lo llevó igual.
Al día siguiente, regresó con los ojos brillantes.
—Profe… anoche lo abrí… ¡y tenía una historia!
—¿Cómo así?
—Era sobre un niño que pescaba sueños con un hilo invisible… y el mar le hablaba por las noches.
—¿Y estaba escrito?
—Sí, en letras chiquititas. Pero esta mañana… ya no estaban.
Tere no supo qué decir. Lo tomó como un juego de imaginación.
Pero luego ocurrió con otra niña. Y otra más. Cada vez que alguien se llevaba el libro verde… regresaba contando una historia distinta. Historias que no existían en ningún otro libro. Y cuando otros lo intentaban leer después, las páginas estaban nuevamente en blanco.
Tere comenzó a anotar las historias en una libreta. Eran relatos tan vívidos, tan extraños y conmovedores, que parecía imposible que salieran de niños que nunca habían salido de la isla.
—Es como si el libro supiera lo que uno necesita leer —dijo un día una niña llamada Lúa—. Como si escribiera lo que está escondido en tu corazón.
Pasaron semanas. El libro se convirtió en leyenda entre los estudiantes. Pero un día, ya no apareció.
Tere buscó entre estantes, mochilas, pupitres… nada.
Preguntó. Nadie lo había tomado.
Solo un papelito, doblado y dejado sobre su escritorio, con letra infantil:
“Gracias por abrir la puerta. El libro ya cumplió su parte. Ahora nos toca a nosotros escribir lo que falta.”
Tere lloró. No por la pérdida del libro, sino por la certeza de que algo había germinado en esos niños. Algo que ni el mar, ni el olvido, ni el tiempo les podría quitar.
Hoy, la escuelita azul tiene una pared entera cubierta de cuadernos. Cada niño deja allí su propia historia.
Y sobre esa pared, pintada a mano, hay una frase:
“Algunos libros no vienen a ser leídos. Vienen a despertarnos.”