En una comunidad rural del Chocó, Colombia, donde la selva se mezcla con la tierra roja y las lluvias hacen ríos donde antes había caminos, vivía Elian Mosquera, un niño de 9 años que amaba correr. Pero no tenía con qué.
Sus zapatillas se rompieron hacía meses. Eran heredadas de su primo, y ya no aguantaban más remiendos. Su madre le cosió las suelas con hilo de pescar, pero la tela se abrió como boca vieja. Al final, ya no quedaba más que la idea del zapato.
—No importa, mami —dijo él—. Yo puedo correr descalzo.
Pero el suelo tenía piedras, vidrios, ramas secas. Y correr descalzo no era correr libre. Así que, una tarde, mientras ayudaba a su tío en el taller de reciclaje, vio una pila de cajas de cartón grueso. Las tocó. Las dobló. Se le encendió una chispa.
—¿Y si me hago unos zapatos yo?
Cortó la forma de sus pies en cartón doble. Hizo las suelas con varias capas pegadas con engrudo casero. Con una camiseta vieja, creó las cintas superiores. Las ató con cordones trenzados de bolsas plásticas.
—Parecen de verdad —dijo su hermana.
—Son de verdad. Me los hice yo.
Eran rígidas, incómodas… pero suyas. Esa misma tarde, corrió con ellas por el campo. No tan rápido como antes, pero con una sonrisa que le llenaba la cara.
El domingo, en el campeonato de fútbol de la vereda, Elian apareció con sus “zapatillas de cartón”. Todos lo miraron raro. Algunos se rieron.
—¿Y con eso vas a jugar?
—Claro. Si aguantan la vida, aguantan el balón.
Jugó. Marcó un gol. Y aunque perdieron, nadie se volvió a reír.
Un profesor le pidió que mostrara cómo las hizo. Otro le regaló un par de zapatos usados, pero Elian los guardó y dijo:
—Estos los voy a usar solo en los partidos importantes. Los míos me recuerdan que no hay que quedarse quieto solo porque falta algo.
La historia llegó a una página de educación rural. Le tomaron una foto con sus zapatillas caseras y un balón remendado. En pocos días, llegaron donaciones de calzado para todos los niños de la escuela.
Elian agradeció. Usó los nuevos. Pero jamás tiró los suyos.
Hoy, con 11 años, tiene una caja donde guarda “cosas que me hicieron seguir”. Ahí están sus primeras zapatillas de cartón, un pedazo de la camiseta vieja, y una nota escrita por él:
“No eran bonitas. Pero me llevaron lejos.”
Porque a veces, lo que te pone en movimiento no son los zapatos…