Vendida por su familia, marcada por el dolor: tres días en la montaña revelan el verdadero destino de Elsie Ren

El carromato crujía mientras avanzaba por el estrecho sendero de la montaña, con las ruedas tambaleándose como si también dudaran de a dónde se dirigían. Dentro, Elsie Ren mantenía las manos apretadas sobre su regazo, los nudillos blancos y fríos. Las palabras de su tío resonaban en su mente, cada sílaba pesada como una piedra: “Una chica coja no le sirve a nadie. Mejor que al menos gane algo de provecho.” La habían vendido como si fuera un saco de grano, y ahora la llevaban a lo desconocido. El hombre que la esperaba al final de aquel camino pedregoso era, según decían, un ermitaño, Jonas Hal, el hombre de la montaña que vivía mucho más allá del pueblo, donde nadie iba a menos que fuera necesario.

Su tío le había dicho que Jonas necesitaba ayuda para mantener su cabaña. Alguien que no se quejara del frío ni del silencio. Pero Elsie sabía lo que eso significaba en realidad: alguien lo bastante desesperada como para aceptar cualquier cosa. El sendero descendía hacia un valle rodeado de altos pinos que susurraban con el viento, como si contaran secretos que nadie más podía escuchar. El aire se volvía más frío, más cortante, y a lo lejos se escuchaba el sonido de un hacha golpeando madera.

El conductor chasqueó las riendas y murmuró:
—Ahí está su nueva vida, señorita.

Elsie bajó del carromato aferrando su chal contra el viento. Su pierna derecha temblaba bajo su peso, rígida y lenta por una vieja lesión que nunca sanó del todo. Odiaba cómo la gente la miraba cuando cojeaba, pero el hombre que tenía enfrente, Jonas Hal, no la miró así. Solo la observó en silencio, con una expresión imposible de leer. Era alto, de hombros anchos, con la barba descuidada y el abrigo cubierto de agujas de pino. Un hombre esculpido por la montaña misma.

 

—¿Eres la que envió Mary Ren? —preguntó Jonas, su voz baja y tranquila.
Elsie asintió, mirando hacia el suelo.
—Sí, señor, Elsie Ren.
Jonas movió el hacha en su mano, apoyándola sobre un tronco.
—¿Puedes dejar el “señor” aquí arriba? No hay mucho uso para eso.

La estudió un momento, su mirada deteniéndose no en su pierna, sino en su rostro, pálido por el viaje, con los ojos cansados pero aún con un destello de vida. Luego dijo con sencillez:
—Pareces tener frío. Entra.

Dentro de la cabaña, el calor del fuego crepitaba suavemente. El lugar olía a humo y cedro, limpio pero solitario. Había una sola silla junto al hogar y una manta doblada con cuidado sobre ella. Todo en aquella casa era práctico, simple, como su dueño. Jonas le sirvió una taza de café de ojalata y la colocó frente a ella.

—¿Has comido?
Ella negó con la cabeza.
—No, quiero decir, no desde la mañana.
Él asintió hacia la olla que burbujeaba en el fuego.
—El guiso estará listo pronto. Mientras tanto, descansa.

No era una bienvenida cálida, pero tampoco era cruel. Aun así, el corazón de Elsie latía con nerviosismo. No sabía qué esperaba ese hombre de ella o si solo había cambiado un tipo de sufrimiento por otro.

Cuando por fin habló, su voz tembló:
—Puedo trabajar, señor Hal. Sé que no soy fuerte como los demás, pero puedo cocinar, remendar, limpiar. Mi pierna me retrasa, pero no me detiene.

La expresión de Jonas se suavizó.
—No te pedí que te probaras.

—Solo no quiero que piense que soy inútil —susurró ella.

Entonces él la miró. Realmente la miró, y algo en sus ojos cambió.
—No pienso eso —dijo en voz baja—. No dejes que las palabras de otros se te metan en los huesos. Una vez que lo hacen, es difícil sacarlas.

Elsie se quedó en silencio, observando el fuego. Afuera, el viento golpeaba la cabaña, pero dentro, el calor era constante y seguro. Jonas se movía con eficiencia, añadiendo leña al fuego, revisando la olla. No hablaba mucho, pero sus gestos eran considerados: le acercó la manta, dejó pan sobre la mesa, le indicó el rincón donde podía dejar sus pocas pertenencias.

La primera noche, Elsie durmió profundamente por primera vez en meses. El colchón era duro, pero el silencio de la montaña la envolvía como un abrazo. Al despertar, Jonas ya estaba fuera, cortando madera. Elsie preparó café y pan, y cuando él entró, se sorprendió al ver la mesa lista.

—Gracias —dijo Jonas, con una leve inclinación de cabeza.

Así pasaron los días. Elsie ayudaba en la cocina, barría el suelo, remendaba ropa vieja. Aunque su pierna la limitaba, nunca se quejaba. Jonas la observaba, a veces en silencio, a veces compartiendo pequeñas historias sobre la montaña, sobre los animales que rondaban, sobre la nieve que pronto llegaría.

El tercer día, cuando el sol apenas asomaba entre los pinos, Jonas le pidió que lo acompañara al bosque. Elsie dudó, pero aceptó. Avanzaron lentamente, ella apoyándose en un bastón improvisado. Jonas se detuvo frente a un árbol caído.

—¿Sabes por qué los pinos sobreviven aquí, incluso cuando el viento es tan fuerte que arranca la corteza de otros árboles?
Elsie negó con la cabeza.
—Porque sus raíces se entrelazan bajo tierra. Se sostienen unos a otros, aunque no lo veamos.

Se agachó y cortó una rama, ofreciéndosela a Elsie.
—A veces, creemos que estamos solos, pero no es cierto. La montaña enseña que la fuerza está en lo que no se ve.

Elsie miró la rama, sintiendo que las palabras de Jonas se filtraban en su corazón, desplazando poco a poco las voces crueles de su pasado. Por primera vez, pensó que tal vez podía pertenecer a algún lugar.

Al regresar a la cabaña, Jonas le entregó una llave.
—Esto es tuyo. Aquí tienes un hogar mientras lo necesites.

Elsie no supo qué decir. Las lágrimas amenazaron con brotar, pero las contuvo.
—Gracias —susurró.

Jonas sonrió, una sonrisa pequeña pero sincera.
—No tienes que agradecerme. A veces, la vida nos lleva por caminos que no elegimos, pero eso no significa que no podamos encontrar nuestro propio destino.

Esa noche, mientras el viento rugía afuera y el fuego crepitaba dentro, Elsie comprendió que su vida no era un saco de grano vendido y olvidado. Era una raíz entrelazada, buscando su lugar en la tierra. Y en la montaña, junto a Jonas Hal, había encontrado el comienzo de una nueva historia.

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