PART6: ¡Yo Te Engendraré Yo Mismo! — La Viuda de 9 Pies Le Dijo al Flaco Ayudante de Rancho Que Compró

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El sacrificio eterno

Después de la desaparición de Crisóbal, el rancho “Las Tres Cruces” quedó en un silencio profundo. Los vaqueros y la familia que quedaban atrás sabían que algo sagrado había ocurrido, pero el vacío que dejó Crisóbal era inmenso. Su esposa y sus hijos lloraron su pérdida, pero también entendieron que su sacrificio había salvado a todos ellos y al rancho que tanto había amado.

Sin embargo, los días que siguieron no fueron fáciles. Aunque las tierras del rancho se volvieron más fértiles y los animales parecían más fuertes que nunca, las noches seguían siendo inquietantes. Algunos vaqueros afirmaban haber visto la figura de un hombre alto caminando por los campos, siempre cerca del lugar donde una vez estuvo el mezquite gigante. Otros decían que escuchaban su voz, susurrando palabras de advertencia en el viento.

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Una noche, la esposa de Crisóbal, María, se despertó al escuchar un ruido suave en el patio. Con el corazón latiendo fuerte, salió con una lámpara para investigar. Allí, bajo la luz de la luna, vio una silueta que le resultaba dolorosamente familiar. Era Crisóbal.

—¿Crisóbal? —susurró, con lágrimas en los ojos.

La figura se giró hacia ella, pero no era el hombre que ella conocía. Su rostro era sereno, pero sus ojos brillaban con una luz sobrenatural.

—María —dijo con una voz profunda, como si hablara desde otro mundo—. No tengas miedo. Estoy aquí para protegerte a ti y a nuestros hijos.

María se acercó, pero cuando extendió la mano para tocarlo, Crisóbal dio un paso atrás.

—Ya no pertenezco a este mundo —dijo—. Mi lugar está con los espíritus del desierto, cuidando esta tierra y asegurándome de que la oscuridad no regrese. Pero siempre estaré contigo, en cada amanecer, en cada brisa que acaricie tu rostro.

María cayó de rodillas, llorando, mientras la figura de Crisóbal se desvanecía con el viento. Desde ese momento, supo que su esposo había cumplido con su destino y que su sacrificio no había sido en vano.

El legado de “Las Tres Cruces”

Con el tiempo, “Las Tres Cruces” prosperó como nunca antes. Los hijos de Crisóbal crecieron fuertes y valientes, llevando el legado de su padre y su abuela con orgullo. El rancho se convirtió en un símbolo de resistencia, amor y sacrificio en toda Sonora.

Los vaqueros contaban historias sobre Crisóbal y Doña Refugio, los guardianes del rancho, que aún vigilaban las tierras desde el más allá. Decían que, en las noches de luna llena, se podían ver sus sombras caminando juntas por los campos, protegiendo “Las Tres Cruces” de cualquier amenaza.

Un día, muchos años después, el hijo mayor de Crisóbal, llamado también Crisóbal en honor a su padre, encontró el viejo diario de Doña Refugio. Al leerlo, entendió todo lo que su familia había sacrificado para que él pudiera tener un futuro. Con lágrimas en los ojos, escribió una nueva página al final del diario:

“Aquí, en estas tierras sagradas, descansan los espíritus de mis antepasados. Mi abuela, Doña Refugio, la mujer más alta y fuerte que jamás existió, y mi padre, Crisóbal, quien dio su vida para protegernos. Este rancho es más que tierra y ganado; es un testimonio de su amor y su sacrificio. Mientras vivamos, nunca olvidaremos su legado.”

El final de la leyenda

Hoy en día, “Las Tres Cruces” sigue en pie, un testimonio de las luchas y los sacrificios de las generaciones pasadas. Los descendientes de Doña Refugio y Crisóbal aún trabajan la tierra, y aunque los tiempos han cambiado, las historias de los gigantes del rancho siguen vivas en cada rincón de Sonora.

Los viajeros que pasan por el rancho cuentan que, en las noches de tormenta o bajo la luz de la luna llena, se pueden escuchar risas y canciones en el viento. Algunos dicen que han visto a una mujer alta y majestuosa caminando junto a un hombre fuerte y decidido, ambos vigilando las tierras que tanto amaron.

Y aunque el mezquite gigante ya no está, el espíritu de “Las Tres Cruces” vive en cada brizna de hierba, en cada cabeza de ganado, y en cada corazón que recuerda la historia de Doña Refugio y Crisóbal, los guardianes eternos del desierto.

FIN

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