Diego Ferrer era ingeniero civil. Durante treinta años, diseñó carreteras, edificios y puentes. Pero aquel que más recordaba no estaba hecho de cemento ni de acero… sino de tablas viejas y clavos oxidados.

Diego Ferrer era ingeniero civil. Durante treinta años, diseñó carreteras, edificios y puentes. Pero aquel que más recordaba no estaba hecho de cemento ni de acero… sino de tablas viejas y clavos oxidados.

 

 

En un pequeño pueblo de Galicia, había un río que separaba dos barrios. No era muy ancho, pero sí lo suficiente como para que en invierno, cuando crecía por las lluvias, se volviera peligroso. Durante décadas, la única forma de cruzarlo era por un puente de madera construido por los propios vecinos, que ya estaba podrido y a punto de ceder.

Un día, Daniel, un niño de 8 años, cayó al río mientras intentaba cruzar. Un vecino logró rescatarlo, pero la historia dejó a todos con un nudo en la garganta.

Diego, que había vuelto al pueblo para cuidar de su madre enferma, decidió que no iba a esperar a que una tragedia mayor ocurriera.

—Si la administración no lo hace, lo haré yo —dijo en la reunión vecinal.

Con sus ahorros y la ayuda de algunos voluntarios, comenzó a trabajar. Lijaron madera, soldaron barandillas, y cada tarde, después de cuidar a su madre, Diego bajaba al río a continuar la obra.

Al principio, algunos se burlaron:
—Eso llevará meses… ¿Para qué tanto esfuerzo?
Pero él respondía:
—Para que ningún niño vuelva a caer.

Tardaron casi seis meses, trabajando solo con luz natural y herramientas prestadas. El día de la inauguración, el pueblo entero se reunió. Daniel, el niño que había caído al río, fue el primero en cruzar. En la mitad del puente, se detuvo, dio media vuelta y corrió a abrazar a Diego.

—Gracias por no olvidarte de nosotros —susurró.

Ese día, Diego entendió que su profesión no era solo levantar estructuras… sino conectar vidas.

El puente aún sigue en pie, y cada vez que alguien lo cruza, lo hace sobre el esfuerzo, la promesa y el amor por un lugar.

Porque los verdaderos puentes no unen orillas… unen personas.

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