Una anciana despeinada, con el cabello enredado y la ropa llena de manchas de tierra, entró tímidamente a la tienda. Sus sandalias gastadas arrastraban un poco al caminar, y en sus manos sostenía una pequeña bolsita de tela.

Una anciana despeinada, con el cabello enredado y la ropa llena de manchas de tierra, entró tímidamente a la tienda. Sus sandalias gastadas arrastraban un poco al caminar, y en sus manos sostenía una pequeña bolsita de tela.

 

 

—Buenos días… —saludó con voz temblorosa, acercándose a la vitrina principal.

Las dos vendedoras la miraron de arriba abajo con asco. Una de ellas se cruzó de brazos.

—¿Qué desea? —preguntó en un tono seco.

La anciana señaló un collar brillante, delicado.

—¿Cuánto cuesta ese?

La otra vendedora soltó una carcajada.

—¡Ese cuesta tres mil dólares! —respondió burlona—. No creo que pueda pagarlo… ni vendiendo todas las latas que junte en un año.

La anciana bajó la mirada.

—Yo… no lo quiero para mí. Quería regalárselo a mi nieta… se gradúa la próxima semana… aunque sea uno parecido… —dijo con voz apenas audible.

Las vendedoras se miraron entre sí, rodando los ojos.

—Mire, señora, mejor váyase. Aquí no tenemos nada para usted —dijo la primera.

Justo en ese momento, un hombre que pasaba frente a la tienda se detuvo. Observó la escena desde la puerta y frunció el ceño. Vestía ropa sencilla, un jean gastado y una gorra. Sin embargo, su mirada era firme, segura.

Entró sin dudar.

—Buenos días —dijo con voz fuerte.

Las vendedoras se voltearon, molestas al principio, pero cuando lo reconocieron se pusieron pálidas.

—¡Señor Ramírez! —exclamó una de ellas.

El hombre era el dueño de toda la cadena de tiendas.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó con seriedad, mirando a la anciana.

La mujer mayor levantó la cabeza, sorprendida.

—Yo… solo quería preguntar por ese collar… pero no importa… ya me voy… —dijo con lágrimas formándose en sus ojos.

El dueño se acercó y le tomó suavemente la mano.

—¿Para quién era? —preguntó con una sonrisa amable.

—Para mi nieta… va a graduarse y quería regalarle algo especial… aunque fuera algo más sencillo… —respondió la anciana.

Él asintió, sin dejar de mirarla.

—Usted no va a irse con las manos vacías —dijo, y se giró hacia las vendedoras—. Prepárenle el collar, como obsequio de la casa.

Las dos mujeres se quedaron mudas, incapaces de responder.

La anciana comenzó a temblar.

—No… no puedo aceptarlo… —murmuró.

—Claro que sí puede —respondió el dueño con firmeza—. Su nieta se lo merece… y usted también.

La anciana lo miró, con los ojos llenos de gratitud.

—Gracias… gracias, señor… que Dios lo bendiga… —dijo, rompiendo en llanto.

El dueño la abrazó con cuidado.

—La mayor riqueza no siempre está en el dinero —susurró—. Está en los corazones que saben amar.

Y así, la anciana salió de la tienda con el collar en sus manos, mientras las vendedoras bajaban la mirada, avergonzadas. Desde entonces, nunca volvieron a juzgar a un cliente por su apariencia.

Tomado de la web…

Related Posts

Our Privacy policy

https://rb.goc5.com - © 2025 News