“Don Sergio: El Abuelo que Pinta Escaleras para Iluminar Su Barrio”
En la orilla de un empinado barrio de Valparaíso, Chile, donde las casas cuelgan de la colina como si desafiaran la gravedad, vivía Don Sergio Álvarez, un jubilado de 76 años con artritis en las manos y una caja de cuadros heredada de su padre.
Durante años fue obrero de la construcción. Nunca estudió arte, pero pintaba en secreto: paredes, puertas, techos… todo lo que podía colorear en silencio. Decía que «el alma necesita pintar lo que no puede expresar».
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Al jubilarse, sus días se hicieron largos y pesados. Su esposa había fallecido, sus hijos vivían lejos y el barrio se veía cada vez más gris. Las escaleras de hormigón que unían los callejones de la colina estaban rotas, sucias, olvidadas.
Hasta que una mañana, algo cambió.
Don Sergio luchaba por bajar la colina cuando vio caer a una niña. Tropezó con un escalón agrietado y rodó unos metros. Por suerte, no fue grave, pero sintió que algo se rompía en su interior. Esa misma tarde, sin decir nada, tomó pinceles, pintura vieja y, con esfuerzo, bajó las escaleras.
Empezó con el primer tramo: limpió, reparó pequeñas grietas y pintó cada borde de un color diferente. Rojo, Azul, Verde, Amarillo. Al día siguiente, añadió palabras. En un escalón escribió “Respira”, en otro “Sube con fe” y, más tarde, “Aquí también hay belleza”.
Los vecinos lo observaban con curiosidad. Algunos pensaban que me aburría. Otros, que eso les dejaría boquiabiertos. Pero él siguió adelante.
—¿Y por qué lo hace, Don Sergio? —le preguntó un joven.
—Porque subir escaleras es duro… pero si se vuelve bonito, se vuelve más ligero.
En dos semanas, había pintado tres tramos. No era arte profesional, pero tenía alma. La gente empezó a tomar fotos. Unos niños le ayudaban a mezclar colores. Y sin buscarlo, los vecinos también empezaron a limpiar sus cobertizos. Lo que era una escalera gris y rota… se convirtió en una galería al aire libre.
Pronto, la historia arrasó en las redes. “El abuelo que pinta escaleras para animar”, decían. Lo invitaron a entrevistas, le ofrecieron dinero e incluso se ofreció a pintar murales en otros barrios.
—Gracias, pero estos son los que quiero pintar. Los que me vieron viejo —respondieron.
A veces, salía con una silla plegable. Pintaba una carretilla. Descansaba. Pintaba otra. Le temblaban las manos, pero no la voluntad.
Un día, un vecino desempleado lo miró en silencio y se sentó a su lado.
—¿Puedo pintar una?
—Claro. Pero ponte algo que te funcione.
El joven escribió en la publicación: “Sigo aquí”.
Hoy, hay más de 150 escalones pintados por Don Sergio y su barrio. Cada uno con un mensaje, un dibujo, una historia. No hay firma. Solo color. Y en la última vuelta, el que ofrece la mejor vista de la colina, tiene una frase que lo resume todo:
“Lo importante no es llegar más alto, sino hacerlo bien”.
Don Sergio ya no pinta todos los días. Pero cada vez que alguien nuevo pasa y sonríe al subir… siente que su alma también sube un peldaño más.