¡Mamá, ahora somos ricos! ¡Anka recibió veinte millones, así que prepárate para tu casa de campo! ![]()
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Elvira observaba detenidamente la calle de octubre cubierta por una lluvia persistente, como si del otro lado del cristal el mundo se hubiera ralentizado, expectante. Tres días atrás, una transferencia bancaria había irrumpido en su cuenta: veinte millones de rublos provenientes de la venta del piso de la difunta abuela Raisa. Era una cifra que no solo alteraba el saldo, sino que sacudía el curso mismo de sus vidas. Todo se había firmado legalmente, con un notario de por medio, y ahora los documentos descansaban dentro de una carpeta sobre el escritorio, como una bomba silenciosa esperando ser detonada.
El piso en aquel viejo barrio llevaba tiempo sin encontrar comprador. Un apartamento con dos habitaciones, techos bajos y un tejado traicionero no atraía mucha atención. Pero aquello que nadie podía ver —la ubicación, el verdadero tesoro bajo el edificio de cinco plantas— lo cambió todo. Las autoridades planeaban demoler la vivienda envejecida para levantar un flamante distrito residencial. El desarrollador hizo una oferta difícil de rechazar. De hecho, imposible.

Elvira trabajaba como encargada de productos en un supermercado. Su marido, Víktor, era mecánico en una fábrica. Sus ingresos apenas bastaban para cubrir lo básico. Vivían con la madre de Víktor, Nina Vasílievna, en su piso de tres habitaciones. No tenían vivienda propia, y los precios de los inmuebles parecían elevarse con la crueldad de una pesadilla urbana.
Pero ese inesperado legado abría puertas que jamás se habían atrevido a tocar. Podían comprar un piso, un coche. Reservar dinero para los años dorados. O apostar por la educación, incluso montar su propio negocio. Durante días, Elvira había masticado posibilidades como piezas de un puzzle inquietante, sin atreverse aún a encajar la definitiva.
Esa noche, la familia se reunió como siempre en la cocina. Nina Vasílievna sirvió pollo asado con arroz y una ensalada de col recién picada. La lluvia golpeaba la ventana con suavidad, mientras las luces amarillas lanzaban sombras cálidas sobre la mesa. Un ambiente engañosamente tranquilo.
— Hoy en la fábrica anunciaron una prima —comentó Víktor mientras partía el pollo en porciones—. Por haber superado los objetivos. No es gran cosa, pero algo es algo.
Elvira permanecía en silencio. Algo flotaba en el ambiente, tenso como un aliento contenido. Su marido y su suegra intercambiaban miradas fugaces, veladas, como si compartieran un secreto que pronto saldría a la luz. Nina Vasílievna la observaba de reojo, midiendo tiempos, buscando señales.
— Elia… —dijo de pronto Víktor, dejando el tenedor a un lado y girándose hacia ella con gravedad controlada—. Creo que es momento de darle una buena noticia a mamá.
Elvira alzó una ceja, sin decir nada, expectante.
Víktor sonrió de oreja a oreja, con una energía que parecía estallar en la habitación.
— ¡Mamá, ahora somos ricos! ¡Elka recibió veinte millones, así que prepárate para tu casa de campo!…