“AL PRINCIPIO, PENSÓ QUE SOLO ERA UN PERRO SOLITARIO EN UNA CARRETERA DESIERTA, PERO CUANDO LE LEYÓ EL MENSAJE ATADO ALREDEDOR DE SU CUELLO, SE LE DETUVO EL CORAZÓN: ‘¿TE ACUERDAS DE MÍ?’”
Algunas mañanas pasan desapercibidas: ordinarias, sin incidentes, destinadas a difuminarse en el tranquilo ritmo de la vida diaria. El martes pasado debería haber sido una de esas mañanas: conducir al trabajo, tomar un café, responder correos electrónicos.
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Pero el destino rara vez se anuncia antes de cambiarlo todo. A mitad de camino por el tramo vacío de Maple Street, noté movimiento cerca de la cerca de un terreno abandonado. Un perro solitario de color canela estaba atado a un poste de madera. No ladraba, ni entraba en pánico, ni tiraba de su correa. Simplemente esperaba, quieto y atento, con sus inteligentes ojos siguiendo el horizonte como si estuviera esperando a alguien. Eso fue bastante extraño. Pero entonces vi el sobre, uno manila, atado cuidadosamente alrededor de su cuello con un cordel. Mi nombre estaba escrito en la parte delantera con letras mayúsculas pulcras y desconocidas. Durante un largo rato, me quedé paralizado en el coche, con el motor al ralentí. No podía quitarme la sensación de que la escena había sido preparada: que el perro, la valla, incluso la posición del sol naciente, formaban parte de algo deliberado. Finalmente, la curiosidad venció al miedo. Me detuve y bajé. El perro no se inmutó al acercarme. Simplemente ladeó la cabeza, tranquilo y casi expectante. Cuanto más me acercaba, más fuerte se hacía la sensación de reconocimiento, como si hubiera visto esos ojos antes, quizá en un recuerdo de infancia que no recordaba bien. Abrí el sobre con dedos temblorosos. El papel estaba ligeramente desgastado pero seco, recién colocado. La letra —firme, deliberada, segura— hacía que el aire se sintiera cargado de una intención tácita. Lo abrí. Dentro había una sola fotografía. Al principio, no entendí qué estaba viendo. Luego, se me encogió el estómago. Era nuestra antigua casa. La que mi familia había abandonado hacía veinte años sin dar explicaciones. Todo estaba exactamente como lo recordaba: la cerca blanca, los rosales que mi madre solía podar cada domingo, incluso la grieta en el escalón de la entrada donde mi hermano tropezó una vez. Pero la foto no fue tomada desde la calle. Fue tomada desde el bosque detrás de nuestro jardín. Quien la tomó había estado lo suficientemente cerca como para ver el interior de las ventanas. Y garabateadas en la parte inferior, con tinta roja que se filtraba ligeramente a través del papel, había cuatro palabras: “¿Te acuerdas de mí?”… La historia completa en el primer comentario 👇