“Desde el Subsuelo a la Cima: Dos Caminos, Un Destino”
“No todos corren desde la misma línea de salida”
—Papá, hoy nos preguntaron en clase qué queríamos ser de mayores —dijo Javier, un niño de 10 años, quitándose la mochila.
—¿Y qué dijiste tú, hijo? —preguntó Andrés, su padre, mientras se secaba las manos con un trapo.
—Que quería ser arquitecto. Como los que diseñan los rascacielos de Nueva York.
Andrés sonrió. Llevaba 12 horas trabajando en la obra, con polvo hasta en las pestañas. Le dolían los pies y la espalda, pero la sonrisa de su hijo lo hacía olvidar el cansancio.
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—Entonces serás arquitecto. Pero tendrás que estudiar mucho.
—¿Y si no tengo dinero para ir a la universidad?
Andrés se agachó, poniéndose a su altura.
—El dinero no lo es todo. Hay becas. Hay esfuerzo. Tú puedes lograrlo.
—Pero mi amigo Tomás dijo que su padre le pagará una universidad en Londres.
—Tú no necesitas Londres —respondió Andrés, acariciándole el pelo—. Tienes corazón, y eso vale más que cualquier ciudad.
Al otro lado de la ciudad, Tomás también llegó a casa.
—Mamá, hoy nos preguntaron qué queríamos ser de mayores.
—¿Y tú qué dijiste? —preguntó su madre, desde la cocina con mármol italiano.
—No lo sé. Tal vez abogado como papá. O quizás me meta a política.
—Lo que tú quieras, cariño. Nosotros te apoyaremos.
Tomás se encogió de hombros.
—La profe dijo que hay que esforzarse. Pero ¿para qué, si papá ya me consiguió una plaza para prácticas en su despacho?
—El esfuerzo es importante, amor. Pero también es importante tener contactos. Y tú los tienes.
Años después, Javier entró en la universidad pública con una beca. Cada día trabajaba medio turno limpiando oficinas y por las noches estudiaba hasta que los ojos se le cerraban.
A veces se dormía en el metro.
Otras veces, comía arroz con tomate tres días seguidos para ahorrar.
Una vez, un profesor le dijo:
—Usted tiene talento, señor Fernández. ¿Ha considerado presentarse a la beca para cursar un año en el extranjero?
Javier lo miró sorprendido. Nunca se lo había planteado.
—¿Y cómo pagaría el viaje? ¿Y el alojamiento?
—Busque. Investigue. Hay formas.
Y Javier investigó. Y consiguió una beca. Y voló por primera vez en avión.
Mientras tanto, Tomás también entró en la universidad. No era brillante, pero aprobaba. Su apellido abría puertas. Su familia, contactos.
—¿Y qué quieres hacer ahora, hijo? —le preguntó su padre tras su graduación.
—No sé. Me gustaría montar algo. Pero que no me quite mucho tiempo.
—Pondremos el capital. Que lo lleve alguien por ti.
Y así fue.
Una tarde, diez años después, Javier y Tomás coincidieron en una conferencia de urbanismo sostenible.
—¿Javier? ¿Eres tú?
—¿Tomás?
Ambos se abrazaron con cierta nostalgia. Habían sido compañeros de clase. Hoy eran profesionales. Pero venían de mundos distintos.
—Vi que estás trabajando con Naciones Unidas —dijo Tomás.
—Sí, pero sigo comiendo arroz con tomate a veces —bromeó Javier.
Tomás rió, pero no del todo.
—Y tú, ¿qué haces ahora? —preguntó Javier.
—Tengo una empresa de construcción ecológica. Mi padre me ayudó. Aunque no entiendo mucho del tema —admitió.
Javier asintió. No juzgaba. Solo comprendía.
Antes de despedirse, Tomás le dijo:
—Supongo que al final, el que se esfuerza llega lejos.
Javier le estrechó la mano y, con una mirada firme, respondió:
—Sí… pero algunos empiezan desde la cima, y otros desde el subsuelo.
Tomás no respondió. Y esa noche, por primera vez, pensó en lo que nunca había pensado.