“Ecos de Silencio: La Noche que Cambió Todo”
Alrededor de las 3 a. m., la calma en la comisaría era tan profunda que hasta el reloj parecía sonar más fuerte de lo habitual. El agente de guardia luchaba contra el sueño frente a la tenue luz de una vieja computadora. Todo estaba en completo silencio, hasta que sonó el teléfono.
—Comisaría, ¿cuál es su emergencia? —respondió con rutina.
Por otro lado, una vocecita temblorosa. —Hola…
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La agente está reclutada. Era una niña, de unos seis o siete años.
—Cariño, ¿por qué llamas tan tarde? ¿Dónde están tus papás?
—Están… están en la habitación —susurró.
—¿Me pasas con tu mamá o tu papá?
Hubo una pausa. —No… no puedo —dijo casi en un murmullo.
El agente sintió un nudo en el estómago.
—¿Dime qué pasa? Solo nos llaman cuando pasa algo realmente importante.
“Sí, es importante”, respondió la niña entre sollozos. Mamá y papá están en la cama, pero no despiertan.
Al instante, el cansancio desapareció. Anotó la dirección y pidió apoyo, con voz serena:
—Escúchame, quédate en tu habitación hasta que lleguemos. ¿Entendido?
—Sí… —respondió la niña.
Diez minutos después, la patrulla se detuvo frente a una tranquila casa de dos pisos en las afueras del pueblo. La niña abrió la puerta abrazando a su muñeca favorita, con los ojos bien abiertos.
“Están ahí”, dijo, señalando el dormitorio.
Los agentes se miraron rápidamente y entraron con cautela en la habitación.
Lo que sucedió después quedó grabado en su memoria para siempre.