“El Cuidador Silencioso: La Historia de Oscar en el Asilo Steere House”
Providence, Rhode Island, EE. UU., 2007.
En el Asilo Steere House, un centro geriátrico que atendía a personas con demencia avanzada, empezó a circular una historia que parecía un mito urbano: había un gato que “sabía” cuándo alguien estaba a punto de morir.
Se llamaba Oscar.
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Era un gato común, de pelaje gris y blanco, recogido como parte del programa de terapia animal del centro. Al principio era tímido, un poco arriesgado, y no mostraba ningún interés particular por nadie.
Hasta que un día, entró en la habitación de la Sra. Mary, se subió a su cama y se quedó allí, ronroneando… hasta que ella falleció unas horas después.
“Debió ser una coincidencia”, dijeron las enfermeras.
Pero volvió a ocurrir.
Y otra vez.
Y otra vez.
Siempre lo mismo.
Oscar no se acercaba a todo el mundo. No buscaba afecto. Pero cuando entraba en la habitación de alguien que aún estaba tranquilo, sin signos aparentes de agonía… era señal de que quedaban pocas horas.
A veces incluso llegaba antes que los médicos. Ella se acurrucaba con el paciente. Este no se movía. No se iba ni siquiera cuando entraban a cambiar las sábanas o a hacer ruido. Solo se levantaba cuando todo había terminado.
Pronto, las enfermeras empezaron a confiar en él.
—Si Oscar entra y no se va, llamen a la familia.
Y lo hicieron.
Gracias a él, decenas de personas pudieron despedirse de sus seres queridos a tiempo.
El Dr. David Dosa, geriatra de asilo, escribió un artículo en el New England Journal of Medicine que dio la vuelta al mundo. Documentó más de 50 casos confirmados en los que Oscar predijo una muerte inminente con increíble precisión.
No era magia. Ni superstición.
Era presencia.
Oscar simplemente se quedaba, yo lo acompañaba. Calentaba con su cuerpo lo que su alma ya comenzaba a liberar. Nunca maullé. Solo ronroneaba suavemente, como si estuviera roncando su último sueño.
Al principio, algunos familiares le tenían miedo. Luego le dieron las gracias.
—Mi madre no murió sola. Estaba con alguien. Estuvo con él.
Hoy, Oscar es considerado un “cuidador honorario” en el manicomio. Tiene su propio letrero, su propio lugar para dormir… y el respeto de todos.
Porque la medicina no cura. Cura con presencia.
Y en la sala principal del geriatra, junto a una foto de ella, hay una sencilla inscripción:
Oscar: el que supo estar donde nadie más sabía que debía estar.