Ella se Mordió el Labio, “Vaquero… ¿Qué Pasa Después de que me Desvista?” Él Sonrió, “Entonces….
Una Leyenda de Amor y Libertad
Bajo el sol abrasador del desierto de Chihuahua, donde el viento levanta polvo rojo y las cigarras cantan como un lamento interminable, se forjó una historia de amor y anhelo de libertad entre gente fuerte y una tierra inhóspita. Allí, entre cactus y campos áridos, Santiago “El Cuervo” Salazar, un vaquero legendario, conoció a Lucía de la Vega, una joven de espíritu indomable.
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Un encuentro predestinado
Santiago era un hombre de piel bronceada, ojos negros como el aceite y una cicatriz en la mejilla izquierda como un rayo congelado. Cabalgaba un caballo negro como la oscuridad, con un sombrero Stetson descolorido, pero conservaba la apariencia de un hombre que jamás se rendía.
Lucía, hija de Don Ramiro, el terrateniente más rico del Norte, no era la joven débil que todos creían. Habiendo perdido a su madre a temprana edad, creció bajo la estricta protección de su padre, pero su corazón anhelaba la libertad. Lucía aprendió a escabullirse por las noches, a trepar muros de barro y a cabalgar descalza entre los establos.
Una tarde, el destino los unió. Santiago fue contratado para domar los caballos salvajes que Don Ramiro acababa de comprar en Sonora. Lucía, disfrazada con una vieja capa y un sombrero de paja, lo observaba trabajar en secreto. Pero una ráfaga de viento la delató.
—¿Qué hace una dama como usted aquí? —preguntó Santiago, con la mirada penetrante pero curiosa.
Lucía, con voz temblorosa pero firme, respondió:
—No soy una dama. Soy dueña de mis pasos.
Él soltó una risita suave, una risa como un trueno lejano:
—Tus pasos te han llevado adonde no debías ir, mi reina.
Desde ese momento, el corazón de Lucía comenzó a latir con fuerza.
Un juego peligroso
En los días siguientes, Lucía solía escabullirse al amanecer para observar a Santiago trabajar. Fingía no darse cuenta, pero siempre dejaba una manzana fresca en el poste de la cerca o un pañuelo verde con olor a sudor y cuero. Lucía guardaba cada objeto como un tesoro.
Una noche, mientras la luz de la luna iluminaba los campos, Don Ramiro dio una gran fiesta para celebrar la venta de mil vacas a los tejanos. Lucía, obligada a ponerse un ajustado vestido verde, se escabulló de la fiesta y fue a los establos donde Santiago limpiaba su rifle Winchester.
—¿Te vas? —preguntó en un susurro.
—El patrón quiere que patrulle la frontera; hay rumores de bandidos en las montañas.
Lucía sintió como si su mundo se hubiera derrumbado.

—¿Y si no vuelves?
Santiago la miró fijamente, con la mirada traspasándole el alma.
—Volveré, pero no por el patrón. Por ti.
Lucía se mordió el labio, un gesto que Santiago recordaría para siempre.
—Vaquero, ¿qué pasará cuando me quite esta camisa? —susurró ella.
Él se acercó, rozando suavemente su mejilla con dedos ásperos pero cálidos.
—Entonces sabrás lo que es el deseo.
Pero retrocedió.
—Tengo que irme. Si me quedo, no podré parar.
La Tormenta Fatal
Santiago se fue, pero poco después regresó herido. Unos bandidos habían atacado la caravana de Don Ramiro, matado a tres vaqueros y robado todo el dinero. Santiago trajo la cabeza del bandido en una bolsa de cuero, pero la sangre seca en su camisa era algo que Lucía jamás podría olvidar.
Esa noche, Lucía fue a su habitación en el alojamiento de los vaqueros, con una botella de mezcal y el corazón lleno de dolor.
—Bebe —dijo, entregándole la botella.
—¿Qué haces aquí, Lucía?
—Porque no lo soporto más. Porque sueño contigo todas las noches. Porque mi padre ha arreglado que me case antes de Navidad.
Santiago apretó la botella con fuerza, con los nudillos blancos.
—No te cases con él.
—Entonces, ¿qué me propones?
—Huye conmigo.
Lucía lo miró, con lágrimas en los ojos pero la mirada firme.
—Solo enséñame lo que significa desear.

Amor y Traición
Hicieron el amor en la pequeña habitación, con la intensidad de quienes saben que el tiempo corre en su contra. Pero a la mañana siguiente, Don Ramiro y seis hombres irrumpieron.
—¡Bastardo, has deshonrado a mi hija! —gritó furioso.
Lucía se plantó frente a Santiago, cubierta solo con un pañuelo.
—¡Es mi decisión, padre!
Don Ramiro no la escuchó. Ordenó que ahorcaran a Santiago y que encerraran a Lucía para preparar la boda.
Pero Lucía no se rindió. Escapó disfrazada de hombre y cabalgó hasta el lugar donde habían colgado a Santiago.
—¡Alto! —gritó con voz ronca.
Sacó una pistola y apuntó a la multitud.
—¡Suéltenlo o disparo!
Don Ramiro miró a su hija con el rostro lleno de decepción.
—¿Vale tanto?
Lucía miró a Santiago, que colgaba del árbol, con ojos llenos de amor.
—Vale más que todo tu oro y plata.
Don Ramiro suspiró y ordenó que liberaran a Santiago.
—Váyanse, pero no vuelvan jamás. Para mí, están muertos.
Lucía cortó la cuerda con su navaja. Santiago cayó al suelo tosiendo. Ella lo ayudó a subir al caballo y cabalgaron hacia el norte, donde el sol poniente teñía el cielo de rojo.
La leyenda perdura.
Muchos años después, en un
En un pequeño rancho cerca de Del Río, Texas, una mujer de cabello plateado y ojos azules les cuenta historias a sus nietos.
—Una vez, una niña le preguntó a un vaquero qué pasaría después de que se desnudara.
—¿Y es verdad, abuela? —preguntan los niños.
La mujer sonríe, señalando la cicatriz en su muñeca, donde la soga del verdugo dejó su marca.
—Todo es verdad. Cada palabra, cada beso, cada viaje hacia la libertad.
En la cocina, un hombre con un sombrero descolorido y una cicatriz en la mejilla la mira con los mismos ojos del día en que se conocieron.
Porque el deseo, cuando es verdaderamente sincero, nunca se desvanece con el tiempo. Simplemente se convierte en leyenda.
Fin.