“Esperanza en el Palacio de Justicia: La Historia de Witness”
La Paz, Bolivia, 2023.
Afuera del Palacio de Justicia, donde los lazos se cruzan con las esperanzas eternas, un perro mestizo de pelo claro se sentaba todas las mañanas junto a la puerta principal. No pedí comida. No ladraba. Solo miraba hacia adentro.
Lo llamaban “Testigo”.
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—¿De quién es ese perro? —preguntó un abogado.
—Del hombre que está siendo juzgado por algo que no hizo —respondió el guardia de seguridad—. Y no ha pasado ni un solo día.
Testigo acompañó a Julián, un humilde zapatero, acusado de error en un robo en un mercado. La lentitud de la justicia lo tenía en prisión preventiva. Su familia estaba lejos. Sus recursos, casi nulos. Pero su perro… fiel.
Cuando comenzaron las audiencias, Testigo llegó por primera vez. Siguió a la patrulla hasta el juzgado, se quedó en la entrada, y cuando escoltaron a Julián, el perro saltó a lamerle las manos esposadas.
—Es mío —dijo Julián con la voz entrecortada—. Se le llama Testigo. Porque siempre lo es.
Los días siguientes, Testigo se sentó en el mismo sitio. Siempre antes de que abrieran. Siempre cuando el sol apenas comenzaba a asomarse por los edificios.
Los jueces lo vieron. Los fiscales. Los periodistas.
Un reportero fotografió la escena y la publicó con el titular:
“El perro que cree en la inocencia de su humano”.
La imagen se ha hecho viral. La presión social ha aumentado. El caso está comprobado. Las cámaras del mercado demostraron lo que Julián siempre decía: no era él. No estaba allí. Yo estaba confundido.
Después de casi seis meses, Julián fue liberado.
Cuando salió por la puerta del juzgado, no hubo aplausos ni cámaras. Solo un perro temblando de emoción, que se le subió encima como si quisiera abrazarlo entero.
—Gracias por esperarme —dijo Julián—. Eras mi abogado invisible.
Hoy, Testigo duerme bajo el banco de la zapatería que Julián logró reabrir. Cada vez que suena una sirena, suena. Cuando alguien se sienta a esperar su turno, se acerca. Como si supiera que hay mucha gente que, como su ser humano, solo necesita que alguien no se rinda.
Y en la puerta del taller, junto al cartel del precio, hay un pequeño letrero que dice:
“Aquí creen en la inocencia. Pregúntenle al Testigo”.