“La Caída del Silencio: Un Juego de Traiciones”

“La Caída del Silencio: Un Juego de Traiciones”

Cuando Daniel Foster cruzó el umbral de su casa en las afueras de Austin, Texas, lo primero que lo impactó no fue la brisa de la tarde, sino una risa… diferente. No era raro que se oyeran voces desde la sala —su esposa, Claire, solía recibir amigos—, pero esa vez el sonido le puso la piel de gallina. Era una risa suave y cómplice, con silencios entrelazados que gritaban un secreto no diseñado para sus oídos.

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Sujetó la maleta con cuidado, y el tamborileo en su pecho se intensificó. No debería haber llegado a casa tan temprano. Un cliente había cancelado a última hora, y decidió sorprender a Claire. Pero lo que encontró fue una sorpresa diferente. Mientras caminaba por el pasillo, algo en el suelo lo dejó sin aliento. Primero, los tacones de Claire, abandonados junto al sofá. Luego, una correa. No cualquiera. Una que pertenecía a su hermano, Michael.
Todo lo demás se desdibujó. Cuando empujó la puerta de la sala, el tiempo pareció extenderse. En medio de una escena que deslumbraba lo irreal, su esposa y su hermano estaban demasiado juntos, atrapados en un momento que no dejaba lugar a malentendidos.
Por una fracción de segundo, un impulso salvaje lo recorrió. Quiso gritar, romperse, desgarrar el aire del lugar. Pero algo más agudo emergió de él: una frialdad quirúrgica. Una sonrisa gélida se dibujó en su rostro como un cuchillo.
“No te detengas por mí”, dijo, con un veneno silencioso en las palabras. Claire palideció, tropezando con su ropa mientras intentaba ordenar el desastre. Michael lo miró con la mandíbula apretada, incapaz de hablar. Daniel no esperó más. Se giró a medias y cerró la puerta con deliberada lentitud, como quien sella un ataúd.
Cuando Claire regresó esa noche, creyó que la calma del hogar significaba una oportunidad de redención. Pero el silencio ocultaba un terremoto. Su intento de pagar la compra con tarjeta fracasó. Llamó al banco: cuenta conjunta, vacía. Quiso llenar el depósito: tarjeta bloqueada. Entonces su teléfono vibró con furia. Mensajes. De su madre. De su prima. De amigas. Fotos. Todas las personas importantes en sus vidas habían pasado por la prueba del pecado compartido.
Mientras su mundo se desmoronaba en tiempo real, Daniel estaba en la cocina, tomando café como si todo siguiera su curso habitual. Pero ya nada era normal.
Lo que Claire y Michael no sabían esa noche era que el silencio de Daniel no era perdón. Era solo la primera caída libre que se avecinaba…

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