—¡Oye, tú! ¿Quién es tu madre? El mayor se puso pálido al oír la respuesta…
Una mañana, durante una revisión, Pavei cometió un error. Un pequeño error, un paso en falso. Pero para Shevchenko, se convirtió en el detonante de un colapso total.
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Le arrancó la boina al chico, se la clavó en el pecho y gritó. «¿Quién te trajo aquí, chico? ¿Sabe tu madre que eres una vergüenza para el ejército?». Pavel levantó la vista en silencio, con el rostro tembloroso. «Golden, Thieu ta», lo sabía, estaba allí, impasible. Era Chiang Kovalchuk. Por un instante, la multitud guardó silencio, como si estuviera a punto de estallar una tormenta.
El rostro de Shevchenko estaba pálido, como si se le hubiera vaciado la sangre. Algo brilló en sus ojos: miedo, confusión. Quiso gritar, pero no pudo.
Y entonces, una voz femenina fría y autoritaria resonó en el desfile. «Thieu ta Shevchenko, ven a mi cuartel general inmediatamente». El mayor se giró hacia una mujer con uniforme militar que estaba en la puerta.
Pavel no se movió, solo la miró directamente a los ojos. Sabía que la tormenta apenas comenzaba. Un tenso silencio se apoderó del cuartel general.
La atmósfera parecía más densa. Cuando entró la general Olga Kovalchuk, sin mirar a su alrededor, sus pasos eran precisos y fríos, cada paso una sentencia de muerte. El mayor Shevchenko permaneció de pie contra la pared, severo, pero el sudor ya le corría por la frente.
Sabía que corrían rumores sobre esta mujer por todo el ejército. Decían que no toleraba la humillación, sobre todo cuando involucraba a sus subordinados. Pero no esperaba que el dueño del niño al que había estado persiguiendo semana tras semana fuera el hijo de su padre.
Thieu ta Shevchenko, la voz de Kovalchuk era serena, pero aún tenía un toque de hierro. Por favor, explíqueme qué método de disciplina utilizan en mi batallón. Querido general, solo quiero ser disciplinado en mi antiguo puesto, siento que tiemblo.