“Recuerdos en la Nieve: La Historia de un Amor Infinito”
LA FOTO EN LA ESTACIÓN DE TREN
En una pequeña estación de tren del sur de Alemania, donde los inviernos son largos y los relojes parecen más lentos, se encontró un banco de madera desgastado por los años y el paso de miles de viajeros. Nadie le prestaba atención, salvo cuando nevaba y alguien se refugiaba bajo su toldo. Pero durante cuatro inviernos, ese banco guardó un secreto.
Allí se sentaban todas las tardes, sin falta, un anciano llamado Herr Günther y su perro mestizo de pelo canoso y ojos de infinita sabiduría, a quien todos llamaban Hugo. No viajaban. No esperaban a nadie. Solo observaban. El tren llegaba, abría puertas, los pasajeros bajaban, otros subían. Y ellos, aún.
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—¿Por qué vienen todos los días? —preguntó un niño curioso.
El anciano sonrió, sin dejar de acariciar a Hugo.
—Porque este fue el lugar donde mi esposa y yo nos despedimos por última vez.
El niño no entendía bien, pero sabía que no era una respuesta triste. Había algo en la mirada del anciano que transmitía calidez.
Cada año, el mismo día y a la misma hora, Herr Günther se ponía su sombrero más elegante, depositaba un clavel blanco en el ojal y se sentaba junto a Hugo en el banco. Miraba la vía como si esperara algo que los demás no podían ver.
“Me prometió que vendría cada invierno”, susurró.
Y así fue durante años.
Incluso el invierno en que Hugo vino solo.
La orilla seguía igual. La hora también. Pero el anciano ya no estaba con él. Hugo se sentó. Esperó. Y miró hacia el sendero.
Un joven fotógrafo que pasaba capturó la escena sin conocer la historia: un perro viejo esperando en una estación vacía, con la nieve cayendo suavemente sobre su costado.
La foto se hizo viral.
Cuando se conoció la historia, alguien colocó una pequeña placa en la orilla:
“Aquí esperaron juntos, hasta que ya no fue necesario esperar”. El amor no siempre se va en el tren. A veces uno se queda para siempre en el pedestal. Desde entonces, muchos viajeros se sientan allí, tocan el plato, acarician a Hugo —quien sigue regresando cada año— y guardan silencio.
Como si también esperaran algo.
O como si comprendieran, aunque sea por un instante, que algunos amores son tan profundos… que ni el tiempo ni el tren pueden arrebatárselos.