Semillas Bajo la Nieve: La Lección de Tenzin y Pema en las Montañas de Nepal
En las montañas de Nepal, a 2.800 metros de altura, vivía Tenzin Dorjee, un anciano pastor de yaks. Sus cabellos eran tan blancos como la nieve que coronaba los picos, y sus manos estaban endurecidas por el frío y el trabajo de toda una vida.
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Cada día, antes del amanecer, Tenzin bajaba con su pequeño rebaño hacia un valle estrecho donde la hierba crecía húmeda por el rocío. Allí solía encontrarse con Pema, una niña de 12 años que siempre lo esperaba sentada sobre una roca, con un cuaderno entre las manos.
—Maestro Tenzin —le decía ella con su voz tímida—, ¿me contará hoy otra historia?
El anciano sonreía, ajustaba su abrigo de lana y respondía:
—Claro, Pema. Pero recuerda: las historias no son solo para escuchar… son para vivirlas.
La niña asentía con seriedad, y escribía cada palabra como si fueran tesoros.
Una mañana, mientras los picos se teñían de oro con la primera luz, Pema le preguntó algo diferente:
—¿Por qué nunca se fue del pueblo? Muchos dicen que habría podido ser un maestro en la ciudad, o incluso en otro país.
Tenzin miró el horizonte y respondió con calma:
—Porque la grandeza no está en irse lejos, sino en dar lo mejor de uno donde el destino lo sembró. Yo elegí ser raíz, no hoja al viento.
La respuesta se grabó en el corazón de la niña. Pero aquel invierno llegó con una dureza inesperada: las nieves cerraron los caminos, el frío se coló en cada cabaña, y los animales empezaron a morir por falta de alimento. El pueblo entero parecía rendirse.
Un día, la familia de Pema decidió bajar al valle central y abandonar la aldea. La niña, llorando, buscó a Tenzin para despedirse.
—Maestro… —dijo entre sollozos—, mis padres quieren marcharse. Dicen que aquí no queda futuro.
Tenzin, con voz serena, le acarició el rostro con la punta de sus dedos helados.
—El futuro no se encuentra, pequeña. Se construye.
Pema lo miró con los ojos rojos.
—¿Y cómo se construye en medio de tanta nieve?
El anciano la llevó hasta el granero vacío y señaló los muros.
—Hace cuarenta años, cuando otra tormenta nos dejó sin nada, mi padre me enseñó a plantar semillas bajo la nieve. No todas sobreviven, pero las que lo hacen se vuelven más fuertes que cualquiera. Así debemos ser nosotros.
Inspirada por esas palabras, Pema convenció a sus padres de quedarse. El anciano y la niña comenzaron a trabajar juntos: recogían la nieve, la derretían, la filtraban, y con paciencia cultivaron pequeños brotes en macetas dentro de la cabaña de Tenzin. El resto del pueblo, al verlos, empezó a imitarlos.
Con el paso de los meses, aquel gesto simple se convirtió en un milagro: la aldea sobrevivió al invierno gracias a esas pequeñas hortalizas nacidas bajo la nieve.
Al llegar la primavera, cuando los caminos volvieron a abrirse, muchos viajeros se sorprendieron al ver un pueblo lleno de vida en medio de las montañas. Preguntaban cómo lo habían logrado, y todos señalaban al anciano pastor y a la niña del cuaderno.
Años después, Pema se convirtió en maestra. Y cada vez que un alumno le preguntaba cómo había aprendido a resistir, ella recordaba aquellas palabras que habían salvado a su gente:
—“El futuro no se encuentra, se construye. Y lo que nace bajo la nieve… jamás teme al invierno.”