Su Familia la Vendió por Ser Lisiada Pero en Tres Días,el Hombre de las Montañas Descubrió la Verdad

Su Familia la Vendió por Ser Lisiada Pero en Tres Días,el Hombre de las Montañas Descubrió la Verdad

La Lisiada y el Gigante de las Montañas

Capítulo 1: El Polvo del Destino

En el árido desierto de Nuevo México, donde el sol caía sobre la tierra como un martillo de fuego, el pueblo de Santa Rosa se mantenía en silencio, apenas respirando bajo el peso de la sequía y la desesperanza. María Elena, sentada en una silla de ruedas desvencijada, observaba el horizonte con ojos de quien espera el final de todo. Sus padres, campesinos vencidos por la miseria, la miraban sin amor; en sus rostros solo quedaba el rastro de la derrota.

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—Eres una carga, hija —gruñó su padre, la voz áspera como grava—. No tenemos más opción.

María Elena bajó la mirada, ocultando el temblor de sus manos. Sabía lo que venía. El forastero aguardaba en la sombra del granero, un hombre enorme, barbudo, con la piel curtida por el viento y los años. Jaqueloso Harlen, conocido como “el Oso”, era leyenda en las montañas. Nadie en Santa Rosa se atrevía a mirar sus ojos demasiado tiempo; decían que había matado osos con sus propias manos, que huía de bandidos y cazadores de recompensas.

El trato fue rápido. Cincuenta monedas de plata cambiaron de manos. Nadie preguntó por qué un cazador solitario querría a una joven inválida. Pero en esas tierras, las mujeres desaparecían como la lluvia: sin dejar rastro.

María Elena sintió el traqueteo de la carreta mientras la alejaban del pueblo. El aire olía a pino y a humo de fogata. Jack apenas hablaba, solo gruñía órdenes al caballo, y ella lo observaba de reojo, buscando en sus gestos algún indicio de humanidad.

—Me vas a matar —pensó, pero mantuvo el secreto bien guardado en su pecho.

Tres días. Solo debía sobrevivir tres días.

Capítulo 2: La Cabaña del Oso

La cabaña de Jack estaba enclavada en las faldas de las montañas Sangre de Cristo. Un refugio de troncos gruesos, ventanas diminutas que daban al valle, y el viento silbando por las rendijas. El suelo crujía bajo las botas del gigante. María Elena fue instalada en una habitación pequeña, con una cama de paja y una manta raída.

—Aquí dormirás —dijo Jack, la voz grave, como un trueno lejano—. Mañana trabajarás. Cocinarás, limpiarás. No tolero araganes.

María Elena asintió, fingiendo debilidad. Sus piernas, envueltas en faldas azules, colgaban inertes de la silla. Pero en la noche, cuando Jack roncaba en la sala, ella se levantó sigilosamente. Caminó de puntillas hasta la ventana, espiando la oscuridad, el plan en marcha.

Al amanecer del primer día, Jack la despertó con un grito.

—¡Levántate, mujer! Hay que ordeñar la vaca.

María Elena se dejó caer en la silla, simulando un gemido de dolor. Él la empujó hasta el corral, donde el sol naciente pintaba de oro las rocas. Mientras ella fingía luchar con el balde, Jack cazaba en el bosque. Regresó con un venado sobre los hombros, sangre goteando en el suelo.

—Esta noche cenamos carne fresca —anunció, clavando el cuchillo en la mesa.

Pero algo lo inquietaba. En el pueblo le habían dicho que era lisiada de nacimiento. Sin embargo, sus ojos brillaban con una astucia que no cuadraba con una inválida resignada.

—¿Por qué tu familia te vendió tan barato? —preguntó mientras despellejaba el animal.

Ella bajó la mirada.

—Porque soy una carga. Mis piernas no sirven.

Mentira. La verdad era un veneno que corroía su alma.

Capítulo 3: El Mapa y la Sombra

Esa tarde, mientras Jack cortaba leña, María Elena exploró la cabaña. En un cajón oculto bajo la cama encontró un mapa amarillento. Marcas rojas indicaban betas de oro en las montañas. El Oso no era solo cazador: era prospector. Rumores en el pueblo hablaban de un tesoro robado a una banda de forajidos.

¿Era eso lo que buscaba su familia? No. Ellos la vendieron por desesperación, pero ella tenía sus propios motivos. En la ventana vio una sombra moverse entre los pinos. Alguien la seguía. El corazón le latió fuerte. Solo tres días.

La noche cayó como un manto negro. Jack se sentó frente al fuego contando historias de sus aventuras.

—Maté a un grizzly con mis manos desnudas —presumió, flexionando los brazos.

María Elena lo miró fingiendo admiración, pero en su mente planeaba. Le sirvió un guiso con hierbas que encontró en el bosque, no mortales, solo para adormecerlo. Él comió con apetito voraz y pronto sus ojos se cerraron. Cuando ronquió, ella se levantó de la silla. Caminó hasta la ventana, abriéndola con cuidado. Afuera, en la oscuridad, una figura esperaba. Su hermano Pedro, el que la había entrenado para fingir la parálisis.

—Hermana, ¿lo encontraste? —susurró.

—Aún no. Mañana.

Pero al cerrar la ventana, un crujido la delató. Jack se removió en su sueño. La había oído.

Capítulo 4: La Tormenta y el Diario

El segundo día amaneció con tormenta. Truenos retumbaban como cañonazos y la lluvia azotaba la cabaña. Jack la obligó a cocinar pese al clima.

—En estas montañas no hay excusas —gruñó.

Mientras él salía a revisar trampas, María Elena registró la sala. Bajo el piso suelto halló una caja de metal. Dentro, pepitas de oro brillantes como estrellas caídas y un diario. Leyó rápido: “Los bandidos del cañón me persiguen. Escondí el grueso en la cueva del oso marcada en el mapa.”

Su pulso aceleró. Ese era el tesoro que Pedro buscaba. Su familia no la vendió solo por dinero. Pedro la usó como espía.

—Finge ser lisiada. Entra en su casa, encuentra el oro —le dijo.

Pero ahora, con el oro en mano, dudaba. Jack no parecía el monstruo que decían. ¿Y si huía con todo?

De repente la puerta se abrió de golpe. Jack entró empapado con una liebre muerta. Sus ojos se clavaron en ella, sentada en la silla, pero el diario estaba a la vista.

—¿Qué haces? —rugió.

Ella lo escondió rápido.

—Nada. Solo limpiaba.

Él la miró suspicaz, pero el trueno distrajo.

Esa noche la tensión creció. Jack bebió whisky de una botella, contando de su pasado: huérfano, soldado en la guerra contra México, ahora solo en las montañas.

—La gente me llama salvaje, pero soy solo un hombre roto.

María Elena sintió un pinchazo de culpa.

Le sirvió más guiso adormecedor. Cuando se durmió, ella salió por la ventana. Pedro esperaba con un caballo.

—Lo encontré. El mapa lleva a la cueva.

Pero al volver vio una luz en la cabaña. Jack estaba despierto mirando la silla vacía. El pánico la invadió. ¿La descubriría esa noche?

(Continuación: Capítulos 5-10)

Si quieres que continúe, puedo seguir desarrollando la historia en los siguientes capítulos, profundizando en el conflicto entre María Elena, Pedro y Jack, la búsqueda del oro, la emboscada de los bandidos, y la evolución de María Elena de “lisiada vendida” a heroína y compañera. El relato puede incorporar más diálogos, descripciones de paisajes, sentimientos y acción hasta completar las 5000 palabras.

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