—Tu cuerpo me pertenece hasta que tu padre pague lo que me debe —le dijo el vaquero a la hija del pastor.
Una deuda por amor
Sara Mitchell jamás imaginó que su vida cambiaría por una deuda. Pero aquella polvorienta tarde de agosto, cuando Jake Thornton apareció en el porche de su padre, todo comenzó. Jake, un hombre alto y fuerte de fríos ojos grises, no era alguien con quien meterse.
—Tu padre me debe 3000 dólares —dijo con voz profunda y firme—. Si no puedes pagar con dinero, pagarás de otra manera. Y esa manera eres tú.
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Sara se quedó allí, paralizada por sus pensamientos. Acababa de graduarse de la universidad, había regresado a casa para labrarse un futuro, y ahora estaba atrapada en la deuda de su padre.
Jake no bromeaba. Le ofreció a Sara dos opciones: trabajar en su granja durante tres meses para saldar la deuda, o se quedaría con la iglesia de su padre, un símbolo de familia y comunidad con 150 años de historia.
—Iré —dijo Sara, intentando mantener la calma.
Y así, dejó la casa familiar, adentrándose en un mundo completamente desconocido.
Los primeros días en la granja
Jake no era una persona fácil. Tenía un horario estricto: trabajaba de 7 de la mañana a 5 de la tarde, seis días a la semana. El trabajo no solo consistía en cuidar a los animales, sino también en reparar cercas, trabajar bajo el sol abrasador y afrontar desafíos que nunca antes había experimentado.
Al principio, Sara estaba agotada. Tenía las manos llenas de ampollas y le dolía todo el cuerpo. Pero Jake, a pesar de su aparente frialdad, apareció de repente con un botiquín de primeros auxilios y le curó con delicadeza las heridas de las manos.
—La próxima vez, usa guantes —dijo con un tono de humor.
Poco a poco, Sara se fue acostumbrando al ritmo de la vida en la granja. Aprendió a cuidar a los caballos, a cultivar el huerto e incluso a reparar la maquinaria. Jake, aunque callado, siempre la guiaba con paciencia.
Un cambio inesperado
Con el paso del tiempo, su relación empezó a cambiar. Jake ya no era el jefe inflexible, y Sara ya no era solo una inocente chica de ciudad. Empezaron a comprenderse mejor, compartiendo historias del pasado.
Jake le contó sobre su matrimonio fallido, sobre el dolor que había experimentado. Sara, a su vez, le habló de su madre: la persona que le enseñó a ser fuerte e independiente.
Un día, mientras estaban en la cima de la colina con vistas a la granja, Jake dijo:
—Pensé que estaría solo el resto de mi vida. Pero tú me hiciste desear más.
Sara lo miró, con el corazón acelerado.
—Yo también.
De la deuda al amor
Cuando pasaron los tres meses, Sara se dio cuenta de que no quería irse. Jake tampoco quería que se fuera.
—Quédate —dijo él, con los ojos llenos de sinceridad—. No por la deuda, sino porque ella quería quedarse.
Sara aceptó. Y desde ese momento, sus vidas cambiaron para siempre.
Construyeron una nueva casa en la cima de la colina donde Jake una vez había estado solo. Se casaron, tuvieron hijos y trabajaron juntos en la granja.
Sara no solo encontró el amor, sino también un propósito. Comprendió que las cosas sencillas —el trabajo, la familia, el amor— eran lo que realmente importaba.
Fin
La deuda ya estaba saldada, pero lo que Sara había recibido a cambio —amor, familia y una vida plena de significado— era algo a lo que nunca quiso renunciar.
No fue casualidad. Fue el destino. Y sabía que había tomado la decisión correcta.