“DEMASIADO PEQUEÑO… ¿CABRÁ?” — EL RANCHERO SE CONGELÓ, LUEGO SUSURRÓ, “CABRÁ, SÍ”
La tormenta rodó sobre Willow Creek como una gran bestia, su vientre pesado de lluvia, su voz un profundo gruñido de trueno que sacudía el cartel desgastado a la orilla del pueblo. Abril de había llegado con la furia de la naturaleza, convirtiendo los caminos de tierra en ríos de barro.
Dentro de una solitaria diligencia, Josephine Parker presionó su frente contra el cristal frío. Su reflejo la miraba: pálida, con los ojos hundidos, un fantasma de la dama de sociedad que había sido hacía solo tres días. El encaje blanco de su vestido de novia, antes inmaculado, colgaba hecho jirones.
En su mente, aún resonaba la conmoción en la Catedral de Santa María en Boston: los jadeos de shock mientras se daba la vuelta y huía del altar, dejando a Henry Blackwood, el hijo del socio de su padre, desconcertado ante el sacerdote. El peso de las expectativas de su padre, el juez William Parker, se había vuelto insoportable.
“Última parada, señorita,” gritó el conductor. “No podemos ir más lejos con este clima.”
Joe se aferró a la carta en su mano. Hacía tres semanas, había escrito a Matthew Hayes, un extraño que buscaba una novia por correo. Ahora estaba aquí, en un lugar tan lejano que bien podría haber sido otro mundo.
“¿Falta mucho para el rancho Hayes?” preguntó, reuniendo lo que le quedaba de valor.
“Unas dos millas por ese sendero,” dijo el conductor, señalando un camino que desaparecía entre sauces. “Tipo extraño ese Hayes. Dicen que perdió a alguien. Una esposa, tal vez.”
Joe se bajó, sintiendo el barro bajo sus pies. Matthew Hayes esperaba una novia, pero no una con el vestido de otra boda. No una que cargara secretos tan pesados como las nubes de tormenta. Con un respiro profundo, Joe levantó sus faldas y comenzó a caminar.
Una milla más tarde, Joe cayó con fuerza. Sangre se mezcló con la lluvia y el barro. “Levántate,” susurró. En ese momento, un recuerdo la asaltó: la voz fría de su padre después de que ella cuestionara su fallo en el caso Hayes contra Reed, una disputa sobre un incendio en un taller que se había cobrado vidas. “La ley es lo que yo digo que es, Josephine.”

EL SILENCIO INESPERADO
Para cuando llegó al rancho Hayes, Joe era más una aparición que una novia. Matthew Hayes, alto y de hombros anchos, abrió la puerta. Su rostro, surcado por la vida, no registró ni una sola emoción.
“Soy Josephine,” dijo ella. “La mujer de tus cartas. Tu esposa.”
“Estás herida,” dijo Matthew, su voz profunda y áspera. “Entra antes de que te congeles.”
Matthew desapareció, volviendo con agua y paños. Se arrodilló ante ella. Sus manos eran grandes y curtidas, pero su tacto fue inesperadamente suave al levantar su falda. “¿Puedo?” preguntó, pidiendo permiso.
Joe asintió, sin poder hablar. Matthew trabajó en silencio, limpiando el barro de la herida.
“El conductor mencionó que eras ingeniero,” aventuró Joe.
“La gente habla demasiado,” dijo Matthew.
“¿Eran ellos los que estaban equivocados?”
“No, no estaban equivocados. Solo era otra vida.”
Matthew le indicó una cómoda con ropa. “Hay ropa en el tocador. De mi cuñada. Podrían quedarte.”
Las prendas olían a cedro y tomillo. Joe se cambió, agradecida de liberarse del vestido empapado.
Cenaron en silencio. Joe notó que la casa era espartana, sin adornos personales.
—Tus cartas no decían mucho sobre tu vida aquí —dijo Joe.
—No —concedió Matthew.
—Me gustaría saber qué clase de vida he desposado.
—Es una vida dura. No es Boston.
—No vine buscando Boston —respondió Joe.
—¿Qué buscabas entonces?
—Un nuevo comienzo —dijo, la verdad parcial más fácil de decir.
EL COMPÁS DE DAVID
Esa noche, Joe se despertó. Al pasar por el salón, vio a Matthew sentado en una mecedora, su silueta dibujada por la luna. En sus manos, un reloj de bolsillo plateado brillaba, idéntico al que ella misma llevaba.
Él lo abrió, y la suave melodía de una nana flotó en el aire. El mismo tono que sonaba en su propio reloj.
“No soy el único que guarda secretos,” dijo Matthew, su cabeza girando hacia ella. “Ese reloj tuyo pertenece a mi familia.”
Joe se acercó. Matthew reveló el reloj fue hecho por su hermano, David Hayes, antes de que él, su esposa Sarah y su hijo James, murieran supuestamente en el incendio del taller. “Era para que lo heredara su hijo.”
Joe le contó la verdad: “Mi padre, el juez William Parker, presidió el caso. Aceptó sobornos para fallar a favor de Reed.”
Matthew se puso de pie, furioso. “¿Viniste aquí fingiendo ser una novia por correo para espiarme?”
“Vine buscando justicia por tu familia. Y porque tú eras el único que se anunciaba,” dijo Joe.
—¿Por qué más dejaste Boston? ¿Fue otra mentira? —preguntó Matthew.
—No. Me iba a casar con el hijo del socio de mi padre, Henry Blackwood, un hombre con fama de cruel. Cuando descubrí lo que mi padre había hecho, él me amenazó con encerrarme en un manicomio si hablaba. Huí.
—¿Y ahora?
—Y ahora quiero ser la esposa que fingí ser. Nunca esperé enamorarme de ti, Matthew.
Matthew se giró. “Necesito tiempo para pensar.” Joe sintió cómo se desmoronaba la frágil confianza entre ellos.
EL RELOJ: PRUEBA DE CORRUPCIÓN
Durante los siguientes días, Matthew evitó a Joe. Joe, destrozada, decidió que si perdía a Matthew, al menos debía completar su misión. Ella se sentó a esperar la respuesta de su madre a una carta que había enviado.
Un día, Matthew regresó, el rostro lleno de una emoción contenida. “Jacob Winters, el viejo trampero, vino a advertirme. Reed no solo me espiaba a mí. Está aquí en Willow Creek. Compró la mitad del valle.”
Joe le mostró el reloj. Matthew lo abrió. Descubrió un pequeño trozo de papel doblado: un borrador bancario que probaba que Victor Reed había sobornado al Juez William Parker.
Matthew se congeló: “Parker, el mismo de tu apellido de soltera.”
—Sí, ese es mi padre —admitió Joe.
Matthew no la perdonó, pero su ira se dirigió a Reed. “Ese hombre… ese hombre quemó mi vida y mi familia.”
EL REGRESO DEL SOBREVIVIENTE
En medio del caos, Martha Simmons recibió un telegrama: Sarah y James, el hijo de David, no murieron en el incendio. Habían escapado a California. Sarah había muerto hacía un año, pero James, ahora de años, había encontrado las cartas de su madre y había viajado a Willow Creek para encontrar a su tío.
La llegada de James, que era testigo presencial del incendio, fue la prueba final que necesitaban.
Matthew, Joe, y Jacob enfrentaron a Reed, quien fue arrestado. El juez Parker, expuesto, fue inhabilitado. El dinero del soborno fue rastreado.
Joe y Matthew se casaron en un pequeño rancho de Oregon. “Me casaré contigo,” dijo ella. “No por conveniencia, sino por elección.”
El amor que compartían, forjado en la adversidad y el dolor, se convirtió en una leyenda de la frontera. Un amor que probó que la ley no siempre sirve a la justicia, pero el coraje sí.