“DOMINO 10 IDIOMAS” — DIJO JOVEN APRENDIZ LATINO… DUEÑO DEL TALLER SE BURLA, PERO QUEDA MUDO AL

“DOMINO 10 IDIOMAS” — DIJO JOVEN APRENDIZ LATINO… DUEÑO DEL TALLER SE BURLA, PERO QUEDA MUDO AL

.
.

El sol de julio ardía sin piedad sobre los techos metálicos de Marroquín Automotriz, un taller en los suburbios de Chicago. Dentro de la polvorienta oficina, Isan Marroquín Vicario, un mexicano de 52 años de corpulencia intimidante, revisaba un currículum con el ceño fruncido.

Raúl!“, gritó, haciendo que su voz resonara. “Dile a ese muchacho que pase de una vez. No tengo todo el día para entrevistas.”

Al otro lado de la puerta, Román Vázquez Méndez, de 23 años, respiró hondo. Había llegado de Guatemala apenas tres meses atrás, y esta era su decimosexta entrevista.

“Gracias, señor Marroquín. Mi nombre es Román Vázquez Méndez.”

Isan no levantó la mirada mientras revisaba los papeles. “23 años, guatemalteco y sin experiencia previa como mecánico en Estados Unidos. ¿Qué te hace pensar que te contrataré?”

“Aprendo rápido, señor. He reparado motores toda mi vida. Vivíamos en una zona donde no había talleres cerca.”

“¿Y dónde estudiaste?”, interrumpió Isan. “Aquí dice que tienes preparatoria terminada, pero no hay referencias válidas.”

“Estudié en casa, señor. Mi padre insistía en una educación diferente. Él creía que entender los motores y entender los idiomas funcionan bajo el mismo principio: reconocer patrones y solucionar problemas.”

Isan soltó una carcajada que resonó en el pequeño despacho. Los mecánicos en el fondo lo imitaron con risas burlonas. “¿Y qué más te enseñó tu papi profesor allá en Guatemala?”, preguntó Isan con una sonrisa socarrona.

Domino 10 idiomas, señor“, respondió Román con voz firme, mirando directamente a los ojos de Isan.

El silencio fue absoluto por un instante, roto segundos después por una explosión de burla. Isan golpeó el escritorio. “¡10 idiomas!“, exclamó entre risotadas. “Yo que pensaba que hoy no me reiría. Óiganlo bien, muchachos, el chapín dice que domina 10 idiomas.”

Román permaneció inmóvil, con la mandíbula tensa pero la mirada firme.

“A ver, Einstein”, continuó Isan. “¿Cuáles son esos 10 idiomas milagrosos que un chapincito como tú puede hablar?”

“Español, inglés, francés, alemán, italiano, portugués, ruso, mandarín, japonés y árabe”, respondió Román sin titubear.

Isan aplaudió lentamente con teatralidad exagerada. “Bravo. Mira, muchacho, aquí necesitamos gente seria, no cuentistas. Terminamos aquí. Raúl te acompañará a la salida.”

La tensión se rompió por el sonido de un motor potente. Raúl se asomó a la puerta con pánico. “Jefe, acaba de llegar un cliente importante. Dice que tiene problemas con su BMW de colección y que tiene prisa porque vuela a Europa esta noche. Es Herr Liberman, el empresario alemán.”

Isan masculló una maldición. Un alemán enojado con prisa. Sus palabras de despedida hacia Román fueron interrumpidas por una voz fuerte que venía desde el taller, hablando en un inglés con marcado acento alemán: “Ich habe ein dringendes Problem mit meinem Wagen. Es muss heute Abend behoben werden.

“Sorry, sir, I speak little English,” respondió Isan en un inglés básico.

La frustración del alemán se disparó. Comenzó a hablar más rápido, mezclando inglés y alemán. Señaló el reluciente BMW vintage azul y levantó cinco dedos: “Fünf Stunden. El auto debe estar listo antes.”

Isan y sus mecánicos se encogieron de hombros, impotentes. El prestigio del taller estaba en juego.

En ese momento, Román salió del despacho. Miró al empresario alemán y, para asombro de todos, habló en un alemán fluido y claro: “Entschuldigen Sie, Herr Liberman. Ich habe gehört, dass Sie Probleme mit Ihrem BMW haben. Es ist ein wunderschönes Auto, ein Klassiker von ’58, oder?

Endlich jemand, der mich versteht!“, respondió el alemán, su rostro transformado de irritación a alivio. “Hace un ruido extraño cuando supero las 60 millas por hora, como un crujido.”

Román asintió con seriedad profesional y preguntó en alemán si podía examinar el auto. El joven guatemalteco y el empresario se inclinaron sobre el motor, manteniendo una conversación técnica fluida que Román tradujo para Isan. El problema, que nadie más había podido diagnosticar por la barrera del idioma, era una abrazadera rota en la suspensión trasera.

¿De verdad hablas alemán?“, preguntó Isan finalmente, con la voz apenas audible.

“Le dije que dominaba 10 idiomas, señor Marroquín,” respondió Román con calma.

La reparación se hizo rápidamente. El señor Liberman estaba tan impresionado que, al enterarse de que el socio japonés que lo esperaba en el aeropuerto no hablaba inglés ni alemán, le preguntó a Román: “Sprechen Sie auch Japanisch?

Hai, Nihongo mo hanasemasu,” respondió Román en japonés.

Liberman le ofreció $500 por dos horas de interpretación. Isan, aún aturdido, solo pudo asentir.

Minutos después, Isan y Román se quedaron a solas. “¿Por qué un políglota como tú quiere trabajar en un taller mecánico?”, preguntó Isan.

Román mantuvo la compostura. “Tengo mis razones, señor Marroquín. Razones que no necesito compartir para demostrar que puedo ser un buen mecánico.”

Isan asintió y finalmente le ofreció la mano. “Periodo de prueba, un mes,” dijo. “Empiezas mañana a las 7.”

Durante las siguientes dos semanas, el taller prosperó. La capacidad de Román para comunicarse en varios idiomas atrajo a una clientela internacional. El joven guatemalteco se mantuvo reservado sobre su pasado, pero una tarde, Isan lo acorraló en el área de herramientas.

“Tu padre parece haber dicho muchas cosas,” observó Isan. “¿Dónde está ahora?”

“Murió hace tres años,” respondió Román, su mirada fija. “Lo mataron.”

Isan notó la tensión. “Lo siento. ¿Por qué?”

Román suspiró, la fachada cuidadosamente construida se agrietó. “Mi padre era lingüista. Lo mataron porque descubrió algo que no debía descubrir, mientras traducía documentos para una corporación llamada Vertech Industries. Descubrió evidencia de sobornos, manipulación electoral y operaciones encubiertas. Me dijo que había escondido copias de documentos comprometedores y me dio una llave antes de morir. También mataron a mi mejor amigo. Le prometí que protegería a su hermana, Elena, y a su sobrina, Lucía.”

“Y los hombres que vinieron hoy trabajan para Vertech,” dedujo Isan, refiriéndose a los “agentes federales” que habían preguntado por Román esa mañana. “No eran federales. Hice llamadas. Eran falsificaciones. Te están cazando.”

Román asintió. “Buscan a Elena y Lucía para llegar a mí. Creen que tengo los documentos.”

Isan caminó hasta la ventana. “Yo también estaba escapando cuando llegué a este país,” comenzó, sin volverse. “De los carteles. Me ayudaron. Gente que no tenía por qué hacerlo. Yo haré lo mismo. Las traeremos aquí. Hay un espacio en el segundo piso con entrada separada. Nadie necesita saber que están ahí.”

Román lo miró con asombro. “¿Por qué harías esto por nosotros?”

“Alguien me ayudó cuando lo necesité. Además,” añadió con una leve sonrisa, “eres el mejor intérprete que he tenido. Sería malo para el negocio perderte.”

Dos noches después, una llamada extraña llegó al taller. Una voz con fuerte acento ruso.

“Soy Mikhail Petrov. Me recomendaron su taller para un problema con mi Maserati. Es urgente. Pagaré el triple.”

Isan consultó a Román. “Mencionó que un amigo alemán, Herr Liberman, nos recomendó. Y que tenemos a alguien que habla ruso.”

“No me gusta,” dijo Román. “Es demasiada coincidencia.”

“A mí tampoco,” coincidió Isan. “Pero si es una trampa, prefiero que ocurra aquí, en nuestro terreno.”

Doce minutos después, un Maserati negro se detuvo. Dos hombres descendieron: Mikhail Petrov, corpulento, y un guardaespaldas atlético.

Román se escondió inicialmente, observando desde la oficina. El guardaespaldas escaneaba constantemente el taller. Isan se encontró con Petrov, quien luchaba por explicar en un inglés limitado el problema de su auto.

Cuando Petrov le dio una orden en ruso a su guardaespaldas para “revisar el perímetro”, Román supo que era una trampa. Salió de su escondite.

Dobriy vecher, Gospodin Petrov. Chto sluchilos’ s vashey mashinoy?” (Buenas noches, señor Petrov. ¿Qué sucede con su automóvil?), dijo Román en ruso fluido.

El rostro de Petrov mostró una sutil mezcla de sorpresa y reconocimiento. La conversación superficial sobre el auto pronto se desvió.

Vy ochen’ talantlivyy s yazykami dlya mekhanika,” comentó Petrov. “Un lingüista de Guatemala. Interesante. Es posible que conociera a su padre.”

Román no traicionó su alarma. “Dudo que eso sea verdad, señor Petrov. Mi padre rara vez viajaba.”

Ya dumayu, chto my oba znayem, chto eto ne pravda, gospodin Vázquez,” dijo Petrov, ahora en un español amenazante. “Su padre viajaba mucho. Y creo que ambos sabemos lo que busca. La caja de seguridad en el First Continental Bank, la que requiere esta llave.”

Petrov sacó de su bolsillo una llave idéntica a la que Román guardaba celosamente.

Usted lo mató,” gruñó Román.

“Negocios,” respondió Petrov con indiferencia. “Nada personal.”

El guardaespaldas sacó su arma. En un instante, Isan reaccionó: lanzó una pesada llave inglesa con precisión, golpeando la muñeca del guardaespaldas y desarmándolo. El caos estalló. Román se lanzó sobre Petrov, rociándole spray de motor en los ojos para cegarlo. Isan sometió al guardaespaldas.

Román inmovilizó a Petrov contra el suelo. “¿Quién más sabe sobre la caja de seguridad?”, exigió.

Petrov sonrió a través del dolor. “Todos lo saben ahora. Vertech, mis asociados. Están esperando a ver quién llega primero. Lo que su padre encontró son planes, operaciones encubiertas con respaldo gubernamental. Si esos documentos se hacen públicos, caerán gobiernos enteros.”

Román miró a Isan. “Tenemos que ir al banco ahora.”

Utilizando la identidad y el coche de Petrov, Román e Isan se dirigieron al First Continental Bank.

A las 11:20 de la noche, Román, suplantando a Mikhail Petrov, fue recibido por la gerente nocturna en el área de cajas de seguridad VIP.

“Necesitaré ver su identificación y la llave de su caja de seguridad,” solicitó la gerente.

Román presentó los documentos de Petrov y la llave. La caja 1507 era un modelo antiguo, por lo que no requería huella digital. Abrieron el receptáculo. Dentro: un sobre manila, un pequeño dispositivo USB, y una nota manuscrita.

Román reconoció la caligrafía de su padre. Con manos temblorosas, leyó: “Querido Román, lo que descubrí va más allá de simples sobornos. Es una operación encubierta multinacional que ha estado manipulando gobiernos centroamericanos durante décadas… Los documentos en este sobre contienen nombres, fechas y grabaciones que implican a funcionarios al más alto nivel. El USB contiene las claves de cifrado. No confíes en nadie del gobierno guatemalteco actual. Busca al embajador Ramírez en Chicago. Él fue mi compañero en la universidad y es uno de los pocos que no ha sido comprado. Te quiere, papá. P.D. La última traducción es siempre la que cuenta.”

“Tenemos que irnos,” urgió Isan.

Mientras se dirigían al ascensor, las puertas se abrieron, revelando a dos hombres con trajes oscuros. “Señora Reynolds,” dijo uno. “Agente Harris, FBI. Necesitamos hablar con el señor Petrov, o debería decir, señor Vázquez.”

Eran los hombres de Vertech. Román empujó a uno de los falsos agentes contra el otro, agarró a Isan y ambos corrieron hacia una puerta de emergencia.

Se separaron brevemente en la calle para distraer a sus perseguidores. Isan los esperó con el Maserati robado, y Román se lanzó dentro mientras el vehículo aceleraba.

Abandonaron el Maserati y se dirigieron al taller a pie. Raúl los esperaba en la entrada trasera. “El embajador Ramírez está aquí,” exclamó aliviado.

En el despacho, el embajador guatemalteco, flanqueado por dos agentes legítimos de la Interpol, esperaba.

Román Vázquez,” saludó el embajador, estrechando su mano con firmeza. “Ernesto estaría orgulloso. ¿Tienes los documentos?”

“Sí,” afirmó Román, entregando el sobre y el USB. “Mi padre y Miguel dieron su vida por esto.”

Horas después, Elena y Lucía fueron trasladadas a un lugar seguro. Petrov y su guardaespaldas fueron entregados a la Interpol.

“Tu seguridad exige que te traslademos a un lugar seguro, Román,” explicó el embajador. “Esto desencadenará una tormenta política y legal que durará meses, quizás más.”

“El chico tiene trabajo aquí,” interrumpió Isan con firmeza. “Y es bueno en lo que hace. Su puesto estará esperando.”

Román se sintió conmovido por la lealtad de Isan. “Nunca pensé que mi habilidad con los idiomas me traería aquí,” reflexionó, “y encontraría un amigo verdadero en un lugar así.”

Isan apoyó una mano en su hombro. “A veces las mejores traducciones son las que hacemos de las personas, no de las palabras. Y como decía tu padre: La última traducción es siempre la que cuenta.”

Un año después, Román regresó. El proceso judicial contra Vertech había sido largo, pero exitoso, exponiendo décadas de corrupción. Elena y Lucía habían encontrado estabilidad en Canadá, donde Román las visitaba regularmente.

Marroquín Automotriz había cambiado. Era más grande, con equipos nuevos y un letrero reluciente que anunciaba servicio en múltiples idiomas.

¡El políglota regresa!“, exclamó Isan con una amplia sonrisa. “Justo a tiempo, tenemos un cliente alemán, otro japonés, y creo que acaba de llegar alguien hablando algo que suena como árabe.”

“Estoy listo para comenzar,” respondió Román, recogiendo un overall limpio con su nombre bordado. “En cualquier idioma que se necesite.”

“¿Sabes qué, Román?”, dijo Isan mientras se dirigían hacia un cliente que esperaba. “Creo que es hora de que aprendas el idioma número 11. Nunca se sabe cuándo podría ser útil.”

Román sonrió, comprendiendo el extraño camino que lo había llevado hasta allí. Su habilidad con las palabras no solo había honrado la memoria de su padre, sino que también le había salvado la vida y, finalmente, lo había traído de vuelta al único lugar donde un día se habían reído de él, solo para quedar mudos ante la última y más importante de sus traducciones.

.

Related Posts

Our Privacy policy

https://rb.goc5.com - © 2025 News