“¿Puedes con todo ese cuerpo en la cama?” le preguntó la viuda al vaquero enamorado.

“¿Puedes con todo ese cuerpo en la cama?” le preguntó la viuda al vaquero enamorado.

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¿Puedes con todo este cuerpo en la cama?

El encuentro en el hipódromo

—”¿Puedes con todo este cuerpo en la cama?” —preguntó Marta, una viuda corpulenta de 42 años, con una sonrisa desafiante en los labios. Estaba apoyada en la cerca del hipódromo, observando al joven vaquero que arreglaba la silla de su caballo. El sol de la tarde hacía que su rostro sudara, pero sus ojos grises no se apartaban de él.

Thomas, un joven de 23 años, dejó de ajustar la silla y la miró, confundido. Su cabello rubio y despeinado brillaba bajo el sol, y su piel bronceada delataba las largas horas que pasaba al aire libre. Marta vestía un traje caro que le quedaba ajustado, y aunque su figura era imponente, había algo en ella que no dejaba de atraerlo.

—Disculpe, señora… —dijo Thomas, quitándose el sombrero y pasándose la mano por el cabello, nervioso.

—No te hagas el tonto, chico —interrumpió Marta, limpiándose el sudor con un pañuelo bordado—. Te vi mirándome durante toda la carrera. Pensé que solo eras otro curioso, pero seguiste mirándome incluso después de que mi caballo perdió.

Thomas sintió que el calor le subía al rostro. Era cierto. Había estado observando a esa mujer desde la tribuna de los terratenientes ricos. Su energía contrastaba con su tamaño: gritaba emocionada por los caballos, reía fuerte cuando alguien perdía, y comía trozos de pastel sin preocuparse por las miradas de juicio a su alrededor. Había algo fascinante en ella, algo que lo mantenía intrigado.

—Estaba mirando, sí, señora Marta —admitió Thomas, bajando la mirada—. Pero es que todo el mundo aquí la conoce.

—Todo el mundo conoce mi dinero y mis tierras, querrás decir —respondió Marta, dando un paso hacia él. Su andar era firme, a pesar de su tamaño—. Pero tú no me mirabas como los demás hombres. Ellos ven a una vaca gorda con una finca valiosa. Tú me mirabas diferente.

Thomas levantó la vista, sorprendido.

—¿Y cómo la miraba yo?

Marta sonrió, dejando escapar una risa ronca y genuina.

—Como si tuvieras hambre y yo fuera un banquete completo.

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La propuesta de Marta

Marta lo miró de arriba abajo, evaluándolo. Thomas tenía un cuerpo delgado pero musculoso, con cicatrices en los brazos que evidenciaban su trabajo con caballos difíciles.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó ella.

—Veintitrés.

—¿Dónde trabajas?

—En los establos del coronel Peterson. Cuido los caballos de carrera.

—¿Y cuánto ganas al mes?

—Cuarenta dólares y un lugar para dormir en el establo.

Marta bufó, cruzando los brazos sobre su pecho voluminoso.

—Patético. Escucha, voy a ser directa contigo, muchacho. Necesito a alguien en mi finca. Alguien fuerte, que sepa trabajar y que no le tenga miedo a una mujer con carácter. Te ofrezco cien dólares al mes, una casa propia en la propiedad, tres comidas al día y… otras ventajas.

—¿Otras ventajas? —preguntó Thomas, frunciendo el ceño.

Marta se acercó aún más, lo suficiente como para que él pudiera oler su costoso perfume mezclado con el sudor.

—Soy viuda, chico. No estoy muerta. Hace dos años que no tengo un hombre en mi cama, y no soporto más la soledad. Necesito compañía. Alguien que me haga sentir viva de nuevo.

Thomas tragó saliva. La propuesta era indecente, directa e inesperada. Pero había algo en aquella mujer que lo fascinaba desde que la vio por primera vez, meses atrás, llegando al hipódromo en su lujosa carreta.

—¿Me está ofreciendo un empleo o matrimonio? —preguntó Thomas, intentando mantener la compostura.

—Te estoy ofreciendo una sociedad —respondió Marta, con una sonrisa astuta—. Trabajas en mis tierras, cuidas mis caballos, me mantienes caliente por las noches. Yo te cuido, garantizo tu futuro. Y cuando muera —y créeme, moriré mucho antes que tú, por mi edad y mi tamaño—, heredarás la mitad de todo. Y si no funciona, te vas con el dinero que ganaste y sigues con tu vida.

Marta extendió su mano carnosa hacia él.

—Entonces, ¿puedes con todo este cuerpo o no?

Thomas miró la mano extendida. Era una locura. Ella era mayor, demasiado corpulenta, demasiado directa. Pero estaba cansado de dormir en el establo, de comer sobras, de ver cómo otros hombres construían sus vidas mientras él apenas sobrevivía. Y había algo en ella que lo excitaba, aunque no lo entendiera completamente.

—¿Puedo probar antes de decidir? —preguntó Thomas, sorprendiéndose a sí mismo con su osadía.

Marta soltó una carcajada que hizo que varios empleados voltearan a mirar.

—¡Qué atrevido! Me gustas aún más ahora. Vamos al hotel. Tengo una habitación reservada para cuando las carreras terminan tarde. Tendrás tu prueba, y yo descubriré si vales la pena o si solo hablas mucho.

La noche en el hotel

Thomas siguió a Marta hasta su lujosa carreta. El cochero no hizo preguntas cuando vio al joven cowboy acompañando a su patrona. Subieron al hotel en silencio, y Marta lo condujo a una amplia habitación con una cama reforzada y muebles elegantes.

—Cierra la puerta —ordenó Marta, soltándose el cabello grisáceo.

Thomas obedeció, sintiendo su corazón latir con fuerza. Marta lo miró fijamente.

—Quítate la camisa. Quiero ver si eres tan fuerte como pareces.

Thomas se quitó la camisa lentamente, revelando su pecho definido y sus brazos musculosos. Marta se acercó y pasó sus manos por su cuerpo, examinándolo sin vergüenza.

—¿Has estado con una mujer antes?

—Sí, señora.

—¿Con una mujer de mi tamaño?

—No, señora.

Marta comenzó a desvestirse, dejando caer su vestido y revelando su cuerpo grande y suave.

—No voy a pedirte que finjas que soy una jovencita delgada. Soy grande, tengo estrías, celulitis y todo lo que una mujer de mi edad y peso tiene. Si eso te molesta, es mejor que te vayas ahora.

Thomas la miró detenidamente. Su cuerpo era completamente diferente al de las mujeres con las que había estado antes, pero aún así, algo en ella lo atraía de una manera inexplicable.

—No me molesta —dijo con voz ronca.

—Entonces demuéstramelo.

Esa noche, Thomas lo hizo. Y cuando el sol se asomó por las cortinas del hotel, supo que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.

Un nuevo comienzo

En los meses que siguieron, Thomas se adaptó a su nueva vida en la finca Winchester. Su trabajo era duro: cuidar el ganado, entrenar caballos, reparar cercas y supervisar a los empleados. Pero Marta cumplía su palabra. Le pagaba puntualmente, le daba comida abundante y, por las noches, lo esperaba en su cama, donde compartían un calor que ambos necesitaban.

Los vecinos no tardaron en hablar. En las fiestas del pueblo, Thomas escuchaba los murmullos y las risas. Algunos lo miraban con envidia, otros con desprecio. Los hombres bromeaban sobre cómo un joven como él estaba con una mujer como Marta, pero Thomas no les prestaba atención. Por primera vez en su vida, tenía un hogar, comida asegurada y una mujer que lo deseaba por quien era.

Una noche, mientras estaban acostados después de hacer el amor, Marta le preguntó:

—¿Eres feliz aquí?

—Más feliz de lo que he sido en cualquier otro lugar.

—¿No extrañas a las mujeres jóvenes y delgadas?

Thomas se giró para mirarla.

—¿De verdad quieres saber?

—Sí.

—Al principio pensé que las extrañaría, pero no. Tú eres más mujer que cualquiera que haya conocido. No tienes miedo de nada, no finges ser alguien que no eres y, cuando estoy contigo, me olvido de todo lo demás.

Por primera vez en años, Marta Winchester creyó que no estaría sola hasta el final de sus días.

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