“El Legado de la Tía: La Oportunidad que Nina Nunca Esperó”
Nina subía las escaleras con dificultad, apretando las llaves de su pequeño hogar en la palma de la mano. Estaba agotada. Seis años habían pasado desde que ella y Luca se habían instalado en aquel edificio desvencijado a las afueras de la ciudad. Seis años acumulando ahorros para tener algo propio… y aún no les alcanzaba.
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— Hola, sol, — saludó Luca con su habitual sonrisa. — ¿Cómo estuvo el trabajo?
— Una pesadilla, — se quitó la chaqueta Nina. — ¿Y tú?
— Todo bien, — respondió él. — Me llamó mi madre, nos invita a cenar el domingo.
Nina se quedó paralizada, chaqueta en mano. No otra vez… Las visitas a su suegra eran una tortura. Siempre encontraba algo que reprochar.
— ¿Empezará otra vez con Lara? ¿Cómo ella se las arregla maravillosamente y nosotros… nada? — preguntó Nina en voz baja.
— No le hagas caso, — le acarició el cabello Luca. — Pronto nos mudaremos, ya verás.
Nina guardó silencio. “Pronto nos mudaremos” — ¿cuántas veces había escuchado eso? Y sin embargo, el dinero nunca alcanzaba.
El domingo, María, su suegra, abrió la puerta con una sonrisa amarga.
— Aquí están los jóvenes casados, — dijo, mirando críticamente el cabello de Nina. — ¿Qué es ese peinado?
— Madre, por favor… — intervino Luca, quitándose los zapatos.
— ¿Y qué dije de malo? — se encogió de hombros María. — Una mujer debe cuidarse. Lara siempre luce impecable.
Lara, sentada en la sala con la niña en brazos, sonrió a Nina con aire de superioridad. Después del divorcio, había vuelto con su madre y ahora se la consideraba un modelo a seguir.
— Hola, Nina, — dijo con dulzura fingida. — Te has adelgazado bastante. ¿Ya no tienen dinero para buena comida?
Nina se sentó en silencio a la mesa, tragando las ironías. Luca, avergonzado, no la defendió. Frente a su madre, se transformaba en el hijo obediente.
— ¿Y todavía no has encontrado un trabajo serio? — continuó María. — ¡Lara trabajaba en un banco!
— Nina tiene un buen trabajo, madre, — se animó Luca.
— ¿Bueno? — María bufó. — Con ese dinero no se mantiene a una familia.
De camino a casa, ambos guardaron silencio. Luca encendió la televisión, Nina fue a la cocina. La misma rutina, la misma opresiva quietud.
Al día siguiente, sonó el teléfono.
— ¿Señora Nina Ionescu? Soy el notario. Tengo noticias sobre la herencia de su tía Antonia.
— ¿Herencia? — Nina quedó sin palabras.
— Ha recibido un apartamento de dos habitaciones en el barrio Central. Puede venir mañana por los papeles.
Un torbellino de asombro y alegría la invadió. ¡Un apartamento propio en una buena zona!
Esa noche, cuando Luca llegó a casa, ella le contó emocionada:
— Luca, la tía me dejó un apartamento. Dos habitaciones, en un edificio de ladrillo, con mucho verde alrededor.
Se abrazaron, soñando ya con su nueva vida. Comenzaron las reformas. Nina buscaba albañiles, comparaba precios. Luca trabajaba horas extras para cubrir los gastos. Los ahorros se desvanecían rápidamente.
El sábado, alguien tocó la puerta del nuevo apartamento. Nina, con un trapo en la mano, abrió. María entró sin invitación, seguida de Lara con la niña.
— Hemos venido a ver qué han hecho aquí, — dijo Lara.
María criticó todo: los azulejos, los colores, los muebles.
— ¿Por qué pusieron azulejos caros? — negó con la cabeza. — Algo barato hubiera sido más práctico.
— A mí me gusta, — contestó Nina.
— No te pregunta nadie, — replicó Lara. — Aquí vive Luca, no solo tú.
Nina apretó los dientes. Ya faltaba poco para que todo cambiara.
En su último día de alquiler, Luca salió temprano.
— Mañana dormimos en casa, — le dijo al irse.
Nina limpió, lavó las ventanas, feliz. Alguien llamó a la puerta. Cuando abrió, María estaba en el umbral con un bolso grande en la mano.