El secreto de la madrugada: El multimillonario y la empleada que dormía con su bebé en el cuarto de servicio

El multimillonario Alejandro Herrera nunca imaginó que al abrir la puerta del cuarto de servicio a las 3 de la madrugada, encontraría a su empleada de limpieza durmiendo en el suelo frío con un bebé recién nacido en sus brazos usando periódicos como Cobija. Son las 3:17 de la madrugada en la mansión de cristal y mármol de Alejandro Herrera ubicada en el exclusivo barrio de la Castellana en Bogotá.

El silencio de la madrugada se rompe con el sonido de pasos apresurados bajando las escaleras de Caoba. Alejandro, de 35 años, camina descalzo por los corredores fríos de su casa de 2,000 m² buscando su laptop. que olvidó en algún lugar. Mañana tiene una presentación crucial con inversionistas japoneses que puede cambiar el futuro de su empresa de tecnología médica Herrerac.

La compañía vale más de 50 millones de dólares y él no puede permitirse ni un solo error. Desde que murió su esposa Carolina hace exactamente 13 meses, el trabajo se convirtió en su única escape del dolor.

– ¿Dónde dejé esa laptop? Murmura mientras revisa la oficina, el comedor, la sala principal. Nada. Sus ojos están rojos de tanto trabajar frente a la pantalla.

Tiene barba de tres días y lleva puesta la misma camisa arrugada desde ayer. Es entonces cuando recuerda, ayer por la tarde estuvo trabajando en el estudio del primer piso revisando contratos. Debe estar ahí. Camina hacia el ala de servicio de la mansión, un área que raramente visita. Es el territorio de doña Carmen, el ama de llaves que lleva 15 años trabajando para la familia y de las otras empleadas que mantienen funcionando esta casa enorme.

Mientras camina por el corredor de servicio, nota una luz tenue que sale por debajo de una puerta. Es extraño. A esta hora todo el personal ya debería estar en sus casas. Doña Carmen vive en el barrio cercano y siempre se va a las 8 de la noche. Se acerca despacio a la puerta entreabierta del cuarto de servicio más pequeño, el que normalmente usan para guardar productos de limpieza.

El corazón se le acelera cuando escucha un sonido suave, casi imperceptible, un gemidito como el llanto muy bajito de un bebé.

– ¿Qué diablos? susurra y empuja la puerta despacio.

Lo que ve lo deja completamente paralizado. En el suelo frío de Baldosas, sobre una colchoneta tan delgada que apenas se para del piso, está Isabela Santos, la empleada de limpieza que contrataron hace 3 meses.

tiene 26 años, cabello negro, recogido en una cola desordenada y está durmiendo profundamente, abrazando a un bebé diminuto de no más de 4 meses. Los dos están cubiertos con periódicos viejos y una toalla gastada. Isabella lleva puesta la misma ropa que usaba para limpiar, un uniforme azul descolorido y zapatos deportivos rotos.

El bebé está envuelto en una manta pequeña que ha visto mejores días. Alejandro se queda ahí parado sin poder procesar lo que ve. En una esquina del cuarto diminuto hay una pañalera de plástico barato, dos biberones, un paquete de pañales y una bolsa con ropa de bebé. Todo organizado con cuidado sobre el suelo. El bebé se mueve un poco y hace un ruidito.

Isabela, despierta inmediatamente con ese instinto maternal que nunca duerme. Es entonces cuando ve a Alejandro parado en la puerta y se queda helada de terror.

– “Señor Herrera”, susurra abrazando más fuerte al bebé.

– “Yo yo puedo explicar.” Alejandro no puede hablar.

Su mente millonaria, acostumbrada a resolver problemas complejos de negocios, está completamente en blanco. Ve los ojos de Isabela, grandes y asustados como los de un animal acorralado.

– “Por favor, no me despida”, le ruega Isabela en voz baja para no despertar al bebé. Solo necesito unos días más para encontrar un lugar. Prometo que no va a pasar otra vez

“¿Cuánto tiempo llevas durmiendo aquí?”

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