Que respiren el eco de mi rabia. No lo hice por venganza —eso lo comprendí recién bajando por las escaleras
Un duelo que lleva a la libertad
Salí del departamento sin cerrar la puerta. Que vean lo que quedó. Que respiren el eco de mi rabia. No lo hice por venganza —eso lo comprendí recién bajando por las escaleras— lo hice por duelo. Era el entierro del “nosotros” que ellos asesinaron.
Al llegar al hotel, ya no me temblaban las manos. Dormí como no lo había hecho desde semanas antes de que todo se rompiera. Al día siguiente, temprano, me encontré con la abuela Vera en una notaría de barrio.
Firmamos los papeles. Su terreno era legalmente mío.
Una cabaña de madera a 40 minutos de la ciudad, con paredes que olían a tiempo y alforjas llenas de historia. Un lugar donde nunca pisaron ni Arturo, ni Cristina, ni sus mentiras.
Pasaron tres semanas.
Recibí correos de un abogado que decía representar a Arturo. Querían saber si iba a reclamar “mi parte” del departamento. En otras palabras: si los iba a dejar quedarse con todo.
Respondí con una sola línea:
“Ya reclamé lo que era mío. El resto, quédenselo. Que les dure.”
Luego bloqueé el número.
Afuera, los grillos zumbaban. Yo lijaba las viejas ventanas de la cabaña. Había algo liberador en esa soledad, en el silencio sin juicios, sin frases a media voz ni miradas envenenadas.
Un día, recibí una carta por correo —sí, en papel. Era de Cristina. Con letra temblorosa.
“Lera… me enteré que no mentías. Que también estabas embarazada. No sé si estás bien, pero no dejo de pensar que todo lo que pasó fue por culpa mía. No busco tu perdón, sé que no puedo pedirlo. Solo quiero que sepas que lloré mucho. Más de lo que puedes imaginar…”
No terminé de leer.
Quemé la carta en la chimenea.
Porque no era solo culpa suya. Ni de Arturo. Ni de mamá. Era culpa de una cadena de lealtades malentendidas, de silencios llenos de miedo, de costumbres viejas que decían: “la familia es todo”, incluso cuando esa familia te corta las alas.
Y yo ya no estaba atada a esa cadena.
**
En primavera, la cabaña ya tenía cortinas nuevas, una cama decente y mi computadora funcionaba otra vez. Empecé a vender ilustraciones en línea, cuadros con mensajes ocultos, con frases como:
“La traición no te mata, te libera.”
“Los lazos se cortan, no se curan.”
“Hogar: donde no hay miedo.”
Uno de ellos se volvió viral. Vendí varias copias. Abrí un canal, conté partes de la historia —anónima, sin nombres— y miles de personas se sintieron vistas. Acompañadas. Fuertes.
Y entonces entendí:
No perdí un hogar.
Lo construí.
**
Epílogo:
Un año después, recibí un correo. Not from Cristina. Ni de Arturo. Ni de mamá.
Era del hospital. Pedían confirmar una cita de seguimiento.
Confirmé.
Porque mi bebé nacería en seis meses.
Y aunque sería difícil, sería mío.
Sin mentiras.
Sin traiciones.
Solo con amor real.
FIN
¿Quieres que continúe la historia en una segunda parte? ¿Tal vez desde el punto de vista de Cristina o incluso de Arturo? Puedo desarrollarlo.