Me Robó al Marido, Pero el Karma Se Llevó Todo de Ella

Me Robó al Marido, Pero el Karma Se Llevó Todo de Ella

El sonido del cristal rompiéndose atravesó el pequeño bistró italiano como un relámpago. Las conversaciones murieron al instante. Los cubiertos quedaron suspendidos en el aire. Claire temblaba, con el teléfono en una mano y la dignidad colgando del hilo de su respiración.

Frente a ella, Ryan —su marido—, se quedó helado. A su lado, Megan, su hermana menor, bajó la mirada con vergüenza.
—¿Cómo pudiste? —la voz de Claire se quebró, rota por la traición—. ¡Eres mi hermana!

Megan apenas susurró algo. Ryan intentó hablar, torpe, inútil:
—Claire, esto no es lo que parece…
—¿No es lo que parece? —rió ella, amarga, con una carcajada que dolía—. ¡Después de seis años! ¡Después de trabajar en dos empleos para pagarte la maldita escuela de negocios que ni siquiera terminaste! ¿Esto es lo que me das?

Ryan extendió la mano hacia Megan, pero se detuvo cuando vio los ojos de Claire arder como fuego.
—Solo estamos almorzando. No es nada. Ella no significa nada para mí.

El gerente del restaurante se acercó, incómodo.
—Señora, le ruego que baje la voz o…
—¿Bajar la voz? —interrumpió Claire—. ¡Mi marido me engaña con mi hermana y la que debe callarse soy yo?

El silencio fue absoluto. Hasta los cubiertos parecían contener la respiración.
Ryan se inclinó hacia ella, murmurando:
—Claire, por favor, no hagas una escena.
—Tú la hiciste —respondió ella— el día que me traicionaste.

Esa noche, cuando Ryan intentó volver a casa, la llave no encajó. Claire había cambiado la cerradura. Abrió apenas la puerta, lo suficiente para que la mirada lo atravesara como hielo.
—Te quiero fuera. Todo lo tuyo, fuera de mi casa.
—No puedes echarme. También es mi hogar.
—Está mi nombre en el contrato —respondió, fría.
—¿Y adónde se supone que vaya?
Claire sonrió con un filo helado:
—Con Megan. A menos que esté molesta porque no fuiste lo bastante valiente para decirle la verdad.

El rostro de Ryan se resquebrajó. Finalmente, bajó los hombros.
—Está bien… sí. He estado con tu hermana. Desde hace unos meses.

El alma de Claire se desmoronó. Lo esperaba, lo temía, pero escucharlo fue como un cuchillo girando en el pecho.
Y entonces él soltó la bomba:
—Está embarazada.

Las palabras detonaron en el aire. Claire dio un paso atrás, aturdida.
—¿Qué…?
—Fue un error. No quería hacerte daño. Iba a terminarlo, pero…
—¡Fuera! —gritó ella, con una voz que podía quebrar el mundo.
Él intentó tocarla. La puerta se cerró de golpe, sellando el fin de una vida.

Pasaron las semanas. El dolor se convirtió en rabia, y la rabia en determinación. Claire se dedicó a recomponer los pedazos de su existencia. Hasta que, en el banco, la realidad volvió a golpearla.
—Su cuenta está en negativo —explicó el empleado, con voz suave—. Hay retiros y compras importantes: muebles para bebé, vuelos, un paquete vacacional a las Bahamas…
Claire se llevó la mano a la boca.
—Dios mío… ¡Gastó mi dinero con ella!
El empleado carraspeó.
—Y también… una motocicleta.
Claire soltó una risa amarga.
—Claro. No podía faltar su juguete nuevo.

Salió del banco sin lágrimas. Ya no quedaban. Solo quedaba la furia de una mujer engañada, saqueada, humillada.
Ryan pensaba que podía robarle todo. No sabía que había despertado algo mucho más peligroso: la fuerza del silencio de una mujer herida.

Semanas después, sonó el teléfono. Era Megan.
—Claire… por favor, ¿podemos hablar?
Contra toda lógica, accedió. Se encontraron en un parque. Megan tenía la mirada hundida, una pequeña barriga bajo el abrigo.
—Lo siento tanto… —dijo, temblando—. Ryan me mintió también. Me dijo que ya no estabais juntos. Yo solo quería ayudarle. No sabía…

Claire la miró. Por primera vez no vio una rival, sino una niña rota, hambrienta de amor equivocado.
—Sé lo del bebé —susurró.
—Aún le amo —confesó Megan entre lágrimas—. Me engañó, sí, pero es el padre de mi hijo. Tenemos que intentarlo. Seremos una familia.
Claire se levantó despacio, cada palabra una puñalada:
—Entonces, ojalá tengas la vida que mereces.

Pasaron los meses. Y el karma empezó su danza silenciosa.
Ryan no fue fiel ni a Megan. La engañó con una mujer mayor que financiaba su supuesto “negocio”. Cuando Megan lo descubrió, se derrumbó. Una noche apareció en casa de Claire, con los ojos hinchados y las manos temblando.
—También me traicionó… —sollozó.
Claire la miró. Podía haber sonreído. Podía disfrutar la venganza. Pero no.
—Tú lo elegiste —dijo con voz cansada—. Lo elegiste por encima de mí.
—Lo sé. Fui estúpida. Y ahora estoy sola… y embarazada.
Claire respiró hondo. Pensó en todos los años de envidia, en los celos, en las comparaciones. Todo se derrumbó. Y entonces, sin decir nada más, la abrazó.
—No estás sola. No más.

Mientras tanto, Ryan caía. Su “startup” se vino abajo. La mujer mayor lo dejó. Se quedó sin dinero, sin amor, sin hogar.
Una noche, Claire y Megan lo vieron en una cafetería. Estaba desaliñado, con la barba crecida, discutiendo con la camarera porque no podía pagar.
—Señor, si no paga, tendrá que lavar los platos —dijo el gerente.
—No pienso hacerlo —gruñó Ryan.
—Entonces llamaré a la policía.

Megan lo observó, la mano sobre el vientre. Claire le susurró:
—Ya no es nuestro problema.

Él las vio mientras lo llevaban a la cocina, con la mirada vacía. Ya no quedaba nada del hombre encantador que las había engañado. Solo un cuerpo derrotado, un fantasma de su propio ego.

El tiempo, ese sabio cruel, curó despacio. Megan dio a luz a una niña hermosa. Y poco a poco, las hermanas reconstruyeron lo que el dolor había destruido. No era una relación perfecta, pero era real.

Claire también renació. Encontró un nuevo trabajo. Pagó sus deudas. Empezó a reír otra vez.
Una tarde, Megan apareció en su puerta, con la bebé en brazos.
—Eres tía, Claire —susurró, con lágrimas en los ojos.
Claire tomó a la pequeña. Sintió el corazón abrirse, entre tristeza, perdón y esperanza.
—Ella nunca sabrá lo que hizo su padre —dijo con firmeza—. Solo sabrá que está rodeada de amor.

Y así, mientras Ryan se hundía en el olvido —solo, pobre, derrotado—, las hermanas descubrieron una verdad que duele y libera al mismo tiempo:
A veces, la familia te traiciona.
A veces, el amor te destruye.
Pero a veces, de las cenizas, resurges más fuerte que nunca.
Y el karma… el karma siempre termina su trabajo.

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