Pacto de amor esclavo con el Gerente General – Capítulo 11: “Sombras entre nosotros”
El viento de octubre soplaba fuerte aquella mañana. El edificio Montes de Oca lucía como una fortaleza de cristal, pero por dentro hervía una tensión invisible. Los rumores corrían por los pasillos: el gerente general y la asistente personal pasaban demasiado tiempo juntos, y el señor Santoro parecía más presente que nunca.
Daniel caminaba rápido, con la mirada fija. No podía permitirse un solo error. Desde su encuentro con Santoro, había comenzado a mover las piezas con sigilo: reestructurar equipos, reasignar funciones, y sobre todo, identificar a los leales y a los traidores.
Lucía, por su parte, había aprendido a fingir calma. Cada día se sentaba frente a su escritorio, sonriendo ante los demás, mientras el miedo le quemaba por dentro. En el bolsillo interior de su chaqueta llevaba una copia oculta del Proyecto Hades, su seguro de vida… y su condena.
Aquella tarde, mientras Daniel revisaba los contratos antiguos de Santoro, recibió una notificación en su correo:
“Reunión urgente del Consejo. Orden directa del Presidente Rafael Santoro.”
Lucía se acercó, nerviosa.
—¿Lo convocó otra vez?
—Sí —respondió él sin apartar la vista del monitor—. Pero esta vez, no pienso ir con las manos vacías.
Lucía lo observó, sabiendo lo que eso significaba: si él exponía algo antes de tiempo, Santoro podía arruinarlo… o peor.
—Daniel, prométeme algo —susurró ella—. Pase lo que pase en esa reunión, no menciones mi nombre.
—Lucía…
—Por favor. Si me descubren, mi hermano muere.
Él asintió con gravedad.
—Confía en mí. No dejaré que eso ocurra.
La reunión comenzó a las siete de la noche, en la sala principal del piso 60. Santoro presidía la mesa, imponente, con su traje oscuro y esa sonrisa que parecía tallada en hielo.
—Señores —dijo con voz tranquila—, hemos recibido denuncias internas sobre irregularidades en los contratos de inversión. Quiero saber si mi gerente general tiene algo que decir.
Daniel levantó la mirada.
—Sí. Tengo algo que decir.
La sala quedó en silencio.
—En efecto, he encontrado movimientos sospechosos en los últimos tres años. Fondos desviados a cuentas externas bajo empresas ficticias. Pero no estoy aquí para acusar a nadie… sino para advertirles que si seguimos en esta línea, la compañía caerá.
Santoro lo miró con esa calma que precede a la violencia.
—¿Y quién sería, según tú, el responsable?
Daniel se inclinó levemente hacia adelante.
—El responsable no es uno solo. Es todo un sistema. Y ese sistema tiene un nombre: Hades.
Un murmullo recorrió la sala. Algunos miembros del consejo se miraron entre sí; otros bajaron la cabeza, incómodos.
Santoro apretó la mandíbula.
—Ten cuidado con las palabras que usas, Daniel. “Hades” es un proyecto confidencial del que no deberías tener conocimiento.
Daniel sonrió apenas.
—Supongo que alguien quiso que lo tuviera.
Esa frase bastó para encender todas las alarmas. Santoro entendió que Daniel no estaba actuando solo.
—Reunión terminada —dijo fríamente—. Mañana hablaremos… en privado.
Daniel se levantó, sintiendo las miradas clavadas en su espalda. Sabía que esa noche no dormiría.
Lucía lo esperaba en su departamento, con la televisión encendida pero sin mirarla. Cuando él entró, su expresión lo dijo todo.
—¿Qué pasó?
—Santoro lo sabe. Sabe que alguien me pasó la información. No dijo tu nombre, pero lo sospecha.
Lucía se cubrió el rostro con las manos.
—Dios mío… estamos acabados.
—No —respondió Daniel, con voz firme—. Aún no.
Él se acercó y la abrazó.
—Escúchame bien: mañana al amanecer te vas de la ciudad. Tengo a alguien que te protegerá.
—¿Y tú?
—Yo me quedaré. Alguien tiene que terminar esto.
Ella lo miró con lágrimas contenidas.
—No quiero irme sin ti.
—Lucía… si te quedas, Santoro te usará para destruirme. Y no pienso darle ese placer.
Lucía lo besó con desesperación, como si aquel beso pudiera detener el destino.
—Prométeme que vendrás por mí.
—Te lo juro —susurró él contra su piel—. Pero antes debo quemar su imperio.
A medianoche, un auto negro se estacionó frente al edificio de Lucía. Dentro, un hombre hablaba por teléfono.
—Confirmado, señor Santoro. Ella aún no se ha ido. ¿Desea que actuemos?
Santoro observó la ciudad desde su penthouse, con una copa de vino en la mano.
—No todavía. Deja que piense que puede escapar. —Sonrió con una frialdad meticulosa—. Mañana, ella será mi mensaje para él.
🔥 Continuará…