Pacto de amor esclavo con el Gerente General
(Capítulo 7: Proyecto Eros)
No dormí.
No podía.
La hoja con las palabras “Pregunta por el Proyecto Eros” seguía sobre mi mesa de noche, mirándome como una sentencia.
Eros.
Dios del deseo, del amor… y también de la destrucción.
¿Qué tenía que ver ese nombre con Adrián, con Isabella, con todo esto?
Tomé aire y marqué el número de Camila, mi amiga en el departamento de archivos de la empresa. Si alguien podía encontrar algo, era ella.
—¿Proyecto Eros? —repitió al otro lado de la línea, medio dormida—. Suena a nombre de campaña publicitaria.
—No. Quiero que busques en los archivos confidenciales. Algo con ese nombre. Cualquier cosa.
—Lucía, sabes que eso es ilegal…
—Por favor, Camila. Si me equivoco, no te volveré a pedir nada.
Hubo un silencio. Luego, un suspiro.
—Dame dos horas.
Dos horas después, mi teléfono vibró.
“Encontré algo. No por teléfono. Nos vemos en el estacionamiento del edificio viejo, 8 p.m.”
Sentí el pulso acelerarse.
Sabía que estaba cruzando una línea.
Pero ya no había vuelta atrás.
A las ocho en punto, el estacionamiento estaba casi vacío. Solo un coche azul con las luces apagadas. Camila me hizo señas.
—Esto fue lo único que pude copiar —me entregó una carpeta gris, marcada con un sello rojo: “Clasificado – Propiedad de Ares Group.”
Abrí la carpeta bajo la luz amarillenta del farol.
Dentro, había documentos, diagramas y fotografías.
Y una hoja con mi nombre.
“Sujeto de prueba Nº 27: Lucía Vega.”
El mundo se me vino encima.
—¿Qué es esto? —susurré.
Camila me miró aterrada.
—No lo sé. Pero todos los nombres en esa lista son empleados del edificio. Algunos ya no trabajan allí… otros simplemente desaparecieron.
Mi garganta se secó.
—¿Y Adrián?
—Él firma todos los reportes. —Hizo una pausa—. Es el responsable directo del Proyecto Eros.
Caminé sin rumbo por las calles de Madrid.
El viento helado me golpeaba la cara, pero no lo sentía.
¿Era posible? ¿Adrián me había usado para algo más que un pacto?
Cuando llegué a mi departamento, había un mensaje esperándome.
“Ven al piso 43. Ahora. —A.”
Por un instante pensé en ignorarlo.
Pero parte de mí necesitaba respuestas.
Subí.
La oficina estaba casi a oscuras, iluminada solo por el reflejo de la ciudad. Adrián estaba sentado en su escritorio, sin saco, la corbata suelta, la mirada fija en un punto invisible.
—Sabes lo del Proyecto Eros —dijo sin levantar la vista.
—Sí. —Mi voz tembló—. ¿Qué demonios es?
Él se levantó despacio.
—Una investigación. Una locura que empezó mi padre antes de morir. Quería demostrar que el deseo puede manipular la voluntad humana, que el amor, si se dosifica correctamente, puede ser una herramienta de control.
—¿Y yo? —pregunté, con un nudo en la garganta—. ¿Soy parte de su experimento?
—No. —Se acercó, con los ojos encendidos por algo que no supe si era culpa o desesperación—. Fuiste mi error. Mi punto débil.
—¡Mientes! —grité, lanzando la carpeta sobre su escritorio—. ¡Mi nombre está en los archivos, Adrián! ¡Sujeto de prueba veintisiete!
El sonido del papel golpeando el mármol fue como un disparo.
Él cerró los ojos.
—Intenté sacarte del proyecto, Lucía. Pero cuando te acercaste demasiado a la verdad… ya era tarde.
Me quedé inmóvil.
—¿Qué me hicieron?
Adrián no respondió.
Solo me miró, y esa mirada lo dijo todo.
Había cosas que ni siquiera él podía deshacer.
—Te juro que voy a destruir todo esto —dije, con las lágrimas ardiendo—. El proyecto, la empresa, todo.
—Entonces tendrás que destruirme a mí también. —Su voz fue baja, rota—. Porque yo soy el Proyecto Eros.
Me marché sin mirar atrás.
Las luces de la ciudad parecían reírse de mí.
Había creído en un hombre que jugaba con almas.
Y lo peor… aún lo amaba.
Mientras bajaba las escaleras, mi teléfono vibró de nuevo.
Un mensaje.
De Isabella Dalmau.
“Si quieres sobrevivir, nos vemos mañana a medianoche. En el lugar donde todo empezó.”
Continuará…