THOREAU Y GOODALL EN EL BOSQUE DEL OLVIDO
“CUANDO LO HUMANO SE PIERDE, LA NATURALEZA ESPERA”
Era otoño en Escandinavia. El suelo se desmoronaba bajo las hojas secas y el aire olía a madera húmeda, a raíces vivas. El sol se abría paso entre la niebla entre las ramas altas, como pidiendo permiso para tocar.
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Henry David Thoreau caminaba en silencio, con su cuaderno de campo bajo el brazo. Yo vestía ropa sencilla, desgastada por el tiempo y la contemplación. A su lado, Jane Goodall se movía lentamente, con una sonrisa triste, como si el bosque fuera a romperse si pisaba con mucha fuerza.
—Este lugar… —dijo Thoreau, mirando el musgo—. Me recuerda a Walden. Pero aquí hay un dolor que no se puede ver.
“Es que los árboles lo sienten”, respondió Jane. Hay menos pájaros. Menos insectos. Y menos humanos que escuchan.
—¿Escuchar qué?
—Lo que nadie dice.
Ambos se detuvieron frente a un tronco caído. Jane se agachó para observar un hormiguero. Thoreau se sentó a su lado y anotó algo en su cuaderno.
—¿Qué te parece?
—Que estamos desapareciendo en silencio. No como especie… como presencia.
—Los niños ya no trepan a los árboles —dijo Jane—. Clasificación de trépanos.
—Y los adultos construyen muros… no chozas.
De repente oyeron un sonido. Una niña, de unos doce años, observaba desde lejos. Tenía una tableta en la mano, pero no la miraba. Tenía curiosidad en los ojos, no ansiedad.
—¿Qué están haciendo? —preguntó.
—Escuchamos el bosque —dijo Jane—. ¿Quieres intentarlo?
La niña se ha acercado. Dejó su tableta sobre una roca.
—No oigo nada.
—Cierra los ojos —dijo Thoreau—. Respira.
La niña obedeció.
—Ahora sí… —susurró—. Algo crujiente. Algo canta. —Así es el mundo cuando no lo interrumpes —dijo Jane.
La niña sonrió. Él se sentó entre ellos.
—En clase me dicen que el futuro está en las nubes.
—Y aquí —dijo Jane, tocando el suelo— está la raíz.
—Y entre los dos —añadió Thoreau— está la decisión.
Se quedaron en silencio. El bosque hablaba en su idioma: ramas que caían, pájaros lejanos, el suave eco de la vida.
—¿Crees que podemos cambiar? —preguntó la niña.
—Ya estás cambiando —dijo Jane.
—Y basta con unos pocos —dijo Thoreau— para que el resto recuerde.
La niña tomó su tableta y escribió:
—Hoy conocí el bosque. Y a dos personas que hablaban con él. Yo también quiero aprender ese idioma.
Se levantó. Se despidió con una sonrisa y se fue a casa.
Jane se volvió hacia Thoreau.
—Quizás aún no sea demasiado tarde. Él hizo un gesto para que entraran.
—El bosque nunca cierra sus puertas. Solo espera en silencio… a que alguien regrese.