La habitación del pequeño hospital estaba sumida en una penumbra inquietante

La habitación del pequeño hospital estaba sumida en una penumbra inquietante

Un milagro que regresa para salvar

Lucía no sabía lo que significaba ser elegida. Siempre había sentido que el mundo pasaba de largo a su lado, como si fuera una sombra más entre tantas. Pero en la habitación 214, donde la penumbra ocultaba el color de sus miedos, alguien había visto en ella algo más.

Siete años después de aquella cirugía imposible, la joven que una vez fue declarada “caso perdido” caminaba por los pasillos del mismo hospital… con bata blanca. Los muros seguían igual de fríos, pero para Lucía, ahora brillaban con un propósito.

Había cumplido su promesa.

Se convirtió en enfermera.

En el bolsillo de su uniforme guardaba el pañuelo bordado que una vez sostuvo María del Carmen mientras rezaba. Ese trozo de tela había sido testigo de su renacimiento. Su amuleto. Su escudo.

Pero no todo era nostalgia. Ese día, mientras colocaba su identificación sobre el pecho, le asignaron una tarea inesperada: turno nocturno en pediatría. Una niña recién ingresada, en estado crítico, sola. Nadie había firmado los papeles. Nadie la reclamaba.

Lucía no hizo preguntas.

Entró a la habitación 214, y por un segundo, se quedó sin aliento.

La escena era tan familiar… como un eco de su propio pasado.

La pequeña, frágil y silenciosa, tenía los ojos fijos en el techo. El sonido del monitor cardíaco marcaba un ritmo lento y sombrío.

Lucía se acercó en silencio, sin bata estéril, sin protocolo. Solo con el pañuelo en la mano.

—“Hola, pequeña. No tengas miedo. Estoy aquí. ¿Te molesta si me quedo un rato contigo?”

La niña parpadeó. No dijo nada. Pero en su mirada, Lucía vio el reflejo de sí misma.

—“Me llamo Lucía,” susurró, y colocó el pañuelo sobre la mesilla.

La historia estaba a punto de repetirse. Pero esta vez, Lucía era el milagro que venía a salvar.

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