Una chica se para frente a un camión para pedir un aventón… ¡cinco minutos después, todo sale terriblemente mal!

Una chica se para frente a un camión para pedir un aventón… ¡cinco minutos después, todo sale terriblemente mal!

Era una tarde gris de miércoles, y la lluvia comenzaba a caer sobre un tramo solitario de la Carretera 67, en una zona rural de Arkansas. Las nubes colgaban bajas, como mantas pesadas, y el eco lejano de un trueno resonaba en el horizonte. Jacobo Ramírez, un camionero de 42 años, llevaba casi ocho horas manejando, transportando un cargamento de suministros industriales hacia Fort Smith. Cansado pero alerta, bajó un poco la ventanilla, dejando entrar el aire fresco y húmedo.

Al doblar una ligera curva cerca del marcador de kilómetro 124, algo inusual llamó su atención: una figura en el borde de la carretera, agitando los brazos con desesperación. Al acercarse, Jacobo frunció el ceño. Era una joven, tal vez de unos 18 o 20 años, parada justo al filo del acotamiento, con un pie en la carretera. Estaba empapada por la lluvia, con una chamarra vaquera raída sobre un vestido ligero. Una mochila pequeña yacía a sus pies.

Jacobo redujo la velocidad y detuvo el camión a unos metros de ella. Rara vez recogía desconocidos, menos en áreas tan remotas, pero algo en su expresión de pánico lo hizo dudar.

Ella corrió hacia la ventanilla del copiloto. Jacobo la abrió apenas.

“Por favor, necesito un aventón. Solo un poco más adelante. Es una emergencia,” suplicó, con la voz temblorosa y sin aliento. “Mi coche se descompuso, mi celular está muerto. Tengo que llegar con mi hermana, está de parto. Por favor.”

Jacobo dudó. Cada instinto le gritaba que dijera que no, que se mantuviera seguro y siguiera su camino. Pero ella parecía aterrorizada, y su ropa estaba empapada. Suspiró, abrió la puerta y le hizo una seña para que subiera.

“¿A dónde vas?” preguntó, pasándole una toalla que tenía detrás del asiento.

“Al próximo pueblo. Maple Junction. A unos 15 kilómetros. Mi hermana está en el hospital del condado,” dijo, secándose la cara. “Mil gracias. No sabía qué hacer.”

Jacobo asintió, intentando no pensar demasiado en la situación. Volvió a la carretera, con los ojos fijos en el pavimento mojado.

Condujeron en silencio unos minutos. Jacobo la miraba de reojo. Ella parecía inquieta, apretando su mochila con fuerza.

“¿Estás bien?” preguntó, notando su nerviosismo.

“Sí. Solo… preocupada,” respondió sin mirarlo. “Gracias otra vez. La mayoría no se habría detenido.”

“No hay problema,” dijo Jacobo, pero algo en su estómago comenzó a revolverse. La chica no dejaba de mirar el retrovisor, como si vigilara algo detrás de ellos.

De repente, ella soltó: “¿Puedes ir más rápido? Creo que alguien me sigue.”

Jacobo la miró con brusquedad. “¿De qué hablas?”

“Yo… mentí. No estaba esperando ayuda. Me estaba escondiendo.” Su voz bajó. “Creo que aún está ahí afuera.”

El estómago de Jacobo dio un vuelco. “¿Quién?”

Antes de que ella pudiera responder, unos faros destellaron en el retrovisor. Una camioneta negra se acercaba a toda velocidad, demasiado rápido.

Entonces, la chica gritó: “¡Me encontró!”

Jacobo no tuvo tiempo de preguntar más. La camioneta se lanzó hacia un lado del camión.

Y ahí fue cuando todo salió mal.

La camioneta negra rugió al ponerse a la par del camión, su motor gruñendo como un depredador a punto de atacar. Jacobo apretó el volante con fuerza, con el corazón acelerado. La chica a su lado —que aún no le había dicho su nombre— se agachó en el asiento, con los ojos abiertos por el miedo.

“¿Es él?” preguntó Jacobo con tono cortante.

Ella asintió. “Se llama Kevin. Es peligroso. Estaba viviendo con él… intenté escapar anoche. Pensé que lo había logrado.”

La camioneta se acercó más, rozando peligrosamente las llantas del remolque. Jacobo tocó el claxon con fuerza, esperando que el ruido ahuyentara al conductor. No funcionó.

“¡Está intentando sacarnos de la carretera!” gritó Jacobo, alternando la mirada entre el retrovisor y el camino. “¡Llama a la policía!”

“¡Ya te dije, mi celular está muerto!” exclamó ella.

Jacobo alcanzó su radio CB. “¡Canal uno-nueve, aquí Ramírez, transporte 66, tengo una emergencia en la Carretera 67, pasando el marcador 124! Una camioneta negra intenta colisionar con nosotros. ¿Alguien nos ve? ¡Necesitamos a la policía estatal ya!”

Hubo estática, luego una voz respondió: “Entendido, transporte 66. Resiste, los patrulleros están a cinco minutos. Sigue avanzando.”

Cinco minutos parecían una eternidad.

La camioneta se desvió de nuevo, golpeando las llantas traseras del remolque. El impacto sacudió toda la cabina. Jacobo luchó con el volante.

“¡No dejaré que este loco nos estrelle!” gruñó. “¡Agárrate!”

La chica gritó mientras Jacobo pisaba el acelerador. El camión rugió bajo el peso, pero ganó velocidad. La camioneta se quedó atrás por un instante… y luego aceleró de nuevo.

De repente, Jacobo vio un cruce ferroviario adelante. Las luces comenzaron a parpadear. Un tren se acercaba, rápido.

Tenía una fracción de segundo para decidir: detenerse y arriesgarse a que la camioneta los acorralara… o intentar ganarle al tren.

Tomó la decisión.

“¡Lo vamos a cruzar!” gritó.

Pasaron volando sobre las vías justo segundos antes de que las barreras cayeran. La camioneta frenó de golpe al otro lado, demasiado tarde. El tren pasó rugiendo, cortando la persecución.

Jacobo exhaló, atónito. La chica lloraba.

“Pensé que íbamos a morir,” dijo, con la voz temblorosa.

“Casi nos matas,” espetó Jacobo, intentando recuperar el aliento. “¿Quién es este tipo? ¿Por qué te persigue?”

Ella abrió su mochila y sacó una carpeta delgada, con los bordes húmedos. Adentro había papeles, fotos y una memoria USB.

“Encontré pruebas de que está traficando chicas en su club,” dijo. “Yo fui una de ellas. Escapé y robé esto de su oficina. Si lo entrego a la policía, está acabado.”

Jacobo la miró, atónito.

“¿Dices que este tipo es un traficante de personas?” preguntó lentamente.

Ella asintió. “Y si desaparezco, nadie lo sabrá.”

El sonido de sirenas se acercaba. Momentos después, dos patrullas estatales se detuvieron detrás de ellos. Jacobo salió con las manos en alto. La chica lo siguió, aferrando la carpeta.

Tomó horas desenredar todo. Los oficiales escucharon su historia. Las pruebas eran reales. En 24 horas se emitió una orden de arresto contra Kevin López. Lo atraparon intentando huir del estado dos días después.

Jacobo dio su declaración completa y fue aclamado como héroe por ayudar a detener una red de tráfico humano que operaba en tres estados.

La chica —cuyo nombre real era Mariana— fue puesta en un programa de protección de testigos. Antes de desaparecer, le escribió una nota a Jacobo:

“No solo me diste un aventón. Me diste un futuro.”

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