Novio canceló su boda porque su prometida era Pobre sin saber que se haría millonaria
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💔 El Novio Cobarde y La Humildad que Condujo a la Fortuna
I. La Traición en el Altar
El sol del mediodía caía con dureza sobre la modesta iglesia rural. Los adornos, sencillos pero llenos de amor, habían sido colocados con esmero por Rita y su padre, Don Agustín. Rita, radiante en su vestido de novia, aguardaba en la entrada con el corazón desbordante de ilusión. Entonces, apareció Homero, su prometido, pero su expresión no era de júbilo.
“¡Amor, pero qué haces aquí? Yo pensé verte allá,” exclamó Rita, sintiendo un escalofrío ante la frialdad en los ojos de Homero.
La respuesta de él la golpeó como una bofetada helada.
“¿Es en serio, Rita? ¿Pretendías llegar en esto? ¿Nuestra boda?” Su mirada se posó despectivamente en el entorno humilde.
Rita intentó ignorar la mala señal, aferrándose a la superstición: “Oye, pero no me veas. ¿Por qué? Es de bien mala suerte.”
Homero no pudo contener su crueldad. “No, no, no, no. A ver, Rita, espérate. Es de mala suerte casarse pobre.”
El silencio se hizo denso. Rita, perpleja, solo pudo preguntar: “¿Cómo? ¿Por qué andas tan grosero?”
Homero la miró con una arrogancia insoportable. “Mira, Rita, de ahora en adelante ya no me digas más amor, por favor. Lo nuestro se terminó.”
Rita creyó que era una de sus bromas pesadas, pero la seriedad en el rostro de Homero era inconfundible. “No, no es ninguna broma. Es que véanse nada más cómo están. Mira, Rita, tú fuiste mi momento más humilde. Sinceramente, no puedo estar ningún segundo más a tu lado.”
La humillación pública fue doble cuando una mujer elegante y ostentosa se acercó al lugar.
“Sí, como ves,” Homero le dijo a Don Agustín, quien había intentado intervenir. “Conocí a una mujer que sí vale la pena. Y me voy a ir con ella.”
Homero se marchó con su nueva pareja, dejando a Rita destrozada en su vestido de novia. La última súplica de Rita se ahogó en un grito de dolor y rabia: “¡Homero, pero me las vas a pagar, desgraciado!”
Don Agustín, furioso, tuvo que contenerse para no ir a buscar su machete, consolando a su hija.

II. La Intervención del Millonario
Llorando en la banca de una plaza cercana, Rita fue abordada por un hombre apuesto y pulcramente vestido, que resultó ser un empleado llamado Braulio.
Mientras tanto, en un camino rural, el verdadero drama familiar se desarrollaba. Un hombre mayor, Germán Villanueva, dueño de una inmensa fortuna, reprendía a su hijo, Fausto, un joven arrogante y mimado.
“¿Y ahora qué pocilga me trajiste, papá? Uy, otro pueblito bicicletero,” se quejó Fausto.
“Es precisamente por esa actitud que estamos aquí,” replicó Germán. “Debes de dejar de sentirte superior a los demás. Yo vine desde abajo. Hice mi fortuna con esfuerzo y humildad en esta misma tierra. Y si no cambias, voy a dejarte sin un centavo.”
El padre, decidido a darle una lección de humildad a su hijo, vio a Rita llorando en la plaza. Una idea se formó en su mente.
Germán y Fausto interceptaron a Rita justo cuando se dirigía a encarar a Homero.
“Tú serás la futura esposa de mi hijo,” anunció Germán a Rita.
Rita pensó que el hombre estaba loco. Germán le hizo una oferta increíble: “Mira, te ofrezco este dinero si te casas con él y le enseñas las labores del campo. Desyerbar, sembrar, ordeñar vacas.”
Rita, aún conmocionada, tuvo que presenciar cómo Homero y su nueva prometida se burlaban de su desgracia. La maldad de Homero hizo que Rita se detuviera. Vio la oportunidad, no solo de una venganza épica, sino de una ayuda económica real para su padre.
“Usted me puede dar todo ese dinero si nomás le enseño las labores del campo. ¿El paquete va completo?” preguntó Rita, mostrando su astucia.
Fausto se opuso rotundamente: “¡Papá, deja de decidir con quién me voy a casar! ¡No puedes hacer eso!”
Germán le dio un ultimátum: “Ah, ¿no? Pues entonces estás por tu cuenta, pero sin un centavo mío. A ver si no acabas en un lugar como este o peor.”
Rita finalmente aceptó, pero impuso una condición: “Si en un mes no me enamoro de él, esto se acaba y yo me quedo con el dinero.” Y para asegurar su venganza, añadió: “Y si esto se llega a concretar y nos casamos, usted va a anunciar nuestro compromiso por todos lados. La televisión, la radio, el periódico. Es más, quiero un espectacular bien grandote.”
Germán sonrió, viendo el fuego en los ojos de la muchacha. “Tenemos un trato.”
III. El Mes de Humillación y Descubrimiento
Fausto fue obligado a mudarse a la humilde casa de Don Agustín y Rita. El choque cultural fue brutal. “Aquí huele espantoso, de verdad. No sé cómo le haces para vivir aquí. Qué asco,” se quejó Fausto.
El joven, acostumbrado a los lujos, no distinguía un rastrillo de una escoba. Rita comenzó su labor de “enseñanza” en el campo. Las primeras semanas fueron un infierno. Fausto se quemaba con el sol, se llenaba de estiércol y era incapaz de hacer cualquier tarea, mientras Rita lo reprendía sin piedad.
Mientras tanto, Don Agustín intentaba aceptar la situación. Aunque enojado por la “venta” de su hija, sabía que Rita actuaba por amor a él y por necesidad.
Poco a poco, las defensas de Fausto comenzaron a desmoronarse. Una noche, Fausto escuchó a Rita cantar una hermosa canción que su madre le había enseñado. Él, conmovido, reveló un dolor guardado: “Yo cuando tenía 12 [mi madre murió]. La mía también se murió.”
Esa vulnerabilidad compartida actuó como un catalizador. Fausto confesó que su vida era solo una imagen, una fachada de “pura imagen” para la familia y los socios. “Y aquí es la primera vez que no tengo que fingir nada,” admitió.
Rita se dio cuenta de que debajo de la arrogancia, el nepotismo y la avaricia, había un joven dañado. “Deberías mostrarle esta versión tuya a más personas. No sé, alguien te podría querer.”
El mes de convivencia forzada, trabajo duro y vulnerabilidad inesperada había cumplido su propósito.
IV. La Cena, el Compromiso, y la Venganza
Fausto, irreconociblemente humilde y trabajador, pidió una cita romántica a Rita. Él se presentó en el encuentro con un genuino traje, y ella lució el vestido que él mismo le había comprado.
Durante la cena, Fausto no pudo contener sus sentimientos.
“Rita, quiero decirte algo, pero es que no quiero que suene muy intenso… Estas últimas semanas contigo han sido maravillosas. Al principio eran horribles, de verdad, pero maravillosas al final.”
Fausto le propuso matrimonio a Rita por amor: “En verdad sí me quiero casar contigo y quiero esto para nosotros. Quiero salir a cenar, quiero vivir del campo. Me encanta todo eso.”
Rita aceptó con lágrimas en los ojos: “Tu papá tenía razón. Eres un hombre maravilloso. Yo también me quiero casar contigo, de verdad.”
El mismo día, Homero y su prometida, Wendy García, estaban cenando en su exclusivo restaurante. La pareja, al ver a Rita, se burló e insultó a ella y a Fausto, echándolos de forma humillante. “La gente que viene vestida con ropa y zapatos de tianguis no es bienvenida a nuestro negocio,” espetó Wendy.
Fausto quiso reaccionar violentamente, pero Rita, transformada por la humildad, lo detuvo: “Esa gente siempre recibe su merecido. Mejor ya vamos.”
Esa misma noche, un hombre se presentó en el restaurante de Homero y Wendy. Su nombre: Germán Villanueva.
“Mi nombre es Germán Villanueva y soy el nuevo propietario de este lugar,” anunció el patriarca. Presentó una orden de desalojo. “Le pido por favor que mañana a primera hora me desocupe este lugar.”
Wendy, incrédula, intentó refutarlo, pero Germán fue implacable. También despidió a Homero, quien trabajaba allí.
“El señor Homero Fuentes trabaja aquí con usted. Lo quiero mañana fuera de este negocio también a primera hora.”
Homero se dio cuenta con horror de que Fausto era el verdadero Villanueva, el millonario que él había creído un “actor de telenovela barato.” La venganza de Rita era completa. El hombre que la había despreciado por ser pobre ahora perdía su trabajo y su negocio por el compromiso que él había humillado.
V. La Fortuna y la Felicidad
La boda de Rita y Fausto fue una celebración de amor, humildad y un futuro compartido. Germán, viendo a su hijo convertido en un hombre de bien, anunció su decisión:
“En vista de que mi misión aquí ha terminado, mi hijo es un hombre sensato y trabajador, además de tener una mujer maravillosa, he decidido que toda mi fortuna es para ustedes.”
Germán dejó algunos millones para viajar por el mundo e invitó a Don Agustín a acompañarlo, asegurándole que Rita ahora estaba en buenas manos. El padre de Rita aceptó, confiando plenamente en su nuevo yerno.
Dos meses después, la felicidad de Rita y Fausto se multiplicó. Recibieron a Germán y Don Agustín, quienes regresaron de sus viajes, con una noticia que los llenó de alegría: “Van a ser abuelos.”
Fausto, un hombre que había aprendido a amar sin diferencias, se lo agradeció a Rita.
“Ahora lo entiendo todo. Tanta paz y tranquilidad que buscabas y siempre la tuviste enfrente de tus ojos. Me costaba amar sin diferencias.”
Rita no solo había encontrado la riqueza material a través del matrimonio, sino que había transformado a su marido, enseñándole que la verdadera fortuna reside en la humildad y el amor genuino, no en el dinero. Homero, por su parte, se quedó sin nada, pagando el precio de su arrogancia y desprecio.
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