El coronel ofendió a una señora en el tren, pero se quedó sin palabras cuando ella se quitó el abrigo…

El coronel ofendió a una señora en el tren, pero se quedó sin palabras cuando ella se quitó el abrigo…

En el tren Intercity de alta velocidad, un coronel, decidido a demostrar su superioridad, se enfrascó en una acalorada discusión con una mujer de mediana edad y común y corriente. Resultó que esta mujer era teniente general, al mando de un cuerpo, y el coronel se encontró en una situación crítica.

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Finalmente, este encuentro sacó a la luz la verdad sobre su fechoría y la tragedia que había ocultado durante veinte años. El tren, absorbiendo incluso su propio ruido, se deslizaba en la oscuridad. El monótono traqueteo de las ruedas se mezclaba con los destellos de las luces que pasaban por la ventanilla, sumiéndola en un estado similar a la hipnosis.
Anna Sergeyevna abrió ligeramente la pelvis. No estaba claro si era fatiga, nerviosismo o el presentimiento que corría por sus venas. Este viaje a Kiev era más que un simple viaje de negocios. Fue un viaje cuyo propósito era traer los fantasmas del pasado ante el juicio del presente, para desentrañar el enorme nudo que había persistido a lo largo de su carrera militar. Se ajustó los pliegues de su abrigo negro de etiqueta. Debajo, un uniforme militar reposaba perfectamente planchado y sin una sola arruga.

Las tres estrellas de sus charreteras, que le pesaban sobre los hombros, estaban ocultas bajo el abrigo. Ahora parecía simplemente una mujer de mediana edad cansada. Y eso era exactamente lo que deseaba.
La atención innecesaria y la ceremonia excesiva siempre la envolvían en una armadura. En ese preciso instante, el hombre sentado frente a ella cruzó las piernas y rozó su zapato. No hubo disculpas.
En cambio, resopló y la miró con desdén. Un traje bien planchado, un reloj caro y ojos brillantes de arrogancia: un ejemplo típico de la clase de persona que se esfuerza por ostentar su estatus social. Al fijarse en el dobladillo de un uniforme militar y la punta de una bota militar bajo el abrigo de Anna Serguéievna, frunció los labios.
Parece que incluso los soldados viajan en carruajes así hoy en día. No solo derrochan impuestos, sino que también viven en el lujo. La voz no era fuerte, pero sí lo suficiente como para atraer la atención de quienes los rodeaban. Varios pasajeros los miraron con curiosidad. Anna Sergeyevna no reaccionó. Tales enfrentamientos eran parte de su rutina diaria.
Años de experiencia le decían que ignorarlos era la mejor manera de lidiar con ellos. Cerró los ojos de nuevo, intentando concentrarse en la oscuridad fuera de la ventana. Pero el hombre no parecía detenerse.
Se inclinó hacia adelante y habló con aún mayor burla. “Mujer, ¿dónde has conseguido esto? ¿Es posible comprar un uniforme militar por internet hoy en día?
¿No sabes que te pueden arrestar por algo así?”. Hacerse pasar por un militar es un delito grave. La palabra “mujer” la desgarró.
La palabra “hacerse pasar” le heló el corazón. Los susurros a su alrededor se hicieron más fuertes. Alguien incluso sacó un teléfono inteligente para filmar la escena.
Una mujer de mediana edad haciéndose pasar por un militar. La imagen en la mente de todos era nítida. El aire se electrizó con la anticipación de una historia escandalosa.
Anna Sergeyevna abrió lentamente los ojos. Su mirada era como un mar profundo y tranquilo, en el que la frívola mirada del hombre se había ahogado. Se levantó en silencio.
Y lentamente se quitó el abrigo negro que le oprimia el cuerpo. Se hizo el silencio. Al quitárselo, apareció un uniforme de campaña inmaculado y sin arrugas de las fuerzas terrestres.
Y sobre sus hombros, incluso en la penumbra del vagón, brillaban tres estrellas. La Teniente General Anna Sergeyevna Petrenko. Su presencia llenaba todo el espacio del estrecho vagón.
Los pasajeros, que hacía un momento la habían visto simplemente como un objeto de diversión, contuvieron la respiración. La mano que sostenía el teléfono inteligente cayó rápidamente. La arrogancia del rostro del hombre se desvaneció como una marea baja.
En su lugar quedaron la confusión, la desconfianza y el horror tardío, que habían palidecido su rostro. Miró con incredulidad los tirantes de Anna Sergeyevna y su rostro. Sus pupilas temblaron como durante un terremoto.
“¿Es usted militar?” —preguntó Anna Serguéievna en voz baja. No había ira ni desprecio en su voz. Solo una fría constatación de los hechos.

El hombre abrió la boca, pero no pudo articular palabra. Su mirada se posó en la insignia que llevaba en el pecho. Vovk.
Y el rango que le correspondía: coronel. El coronel en activo no reconoció a la teniente general en activo y, confundiéndola con una impostora, armó un escándalo. Cualquiera familiarizado con la cadena de mando hermeana comprendería al instante lo monstruosa y espeluznante que era la situación.
“¿Qué unidad?”, preguntó Anna Sergeyevna de nuevo. El coronel Vovk se puso de pie de un salto. Su cuerpo se puso firme instintivamente, pero no pudo controlar el temblor de sus piernas.
Un sudor frío le corría por la frente. Le invadió el horror al pensar que todo lo que había logrado en el ejército durante décadas pudiera quedar reducido a cenizas de la noche a la mañana por su propia arrogancia e imprudencia. “Tú tienes la culpa”.
No la reconoció; su voz se quebró violentamente. Los pasajeros que lo rodeaban, ahora en completo silencio, observaban esta escena surrealista. Anna Sergeyevna miró fríamente a Vovk. Su mirada pareció penetrar sus excusas, penetrando a través de su pasado, su presente y su alma, llena de arrogancia. Y en ese preciso instante, comprendió. Este hombre era más que el grosero oficial que había conocido ese día.
En lo más profundo de su memoria, en los fragmentos de recuerdos que tanto se había esforzado por olvidar, emergió un rostro vago. Un oficial joven y vigoroso, fanáticamente convencido de su propia rectitud, que finalmente había llevado a todos a la tragedia. “Vovk”, Anna Sergeyevna pronunció su nombre en voz baja.
No era una pregunta. Era un sonido, confirmando un nombre de una pesadilla olvidada. Vovk no se atrevió a levantar la cabeza.
Pero captó un cambio apenas perceptible en el tono de Anna Sergeyevna. No era la voz de un superior regañando a un subordinado. Transmitía emociones mucho más profundas, complejas y arraigadas.
Levantó la cabeza y miró con cautela el rostro de Anna Sergeyevna. El tiempo lo había marcado, pero su mirada penetrante y sus rasgos decididos seguían siendo los mismos. La misma mirada que lo había contemplado el día de la tragedia, entre el olor a sangre y pólvora.
“¿Es usted el mayor Petrenko, que sirvió en la unidad de inteligencia de la división hace veinte años?”, preguntó Vova, con la voz al borde de las lágrimas. Lo que cruzó por su mente no fue el rostro del general que tenía ante sí, sino los errores de su juventud, su arrogancia y el rostro del subordinado que había muerto por culpa de ellos…

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