Unos abusadores se metieron con la chica nueva. ¡Genial ERROR! Un minuto después, quedaron atónitos por lo que pasó…

Unos abusadores se metieron con la chica nueva. ¡Genial ERROR! Un minuto después, quedaron atónitos por lo que pasó…

¿Crees que puedes jugar conmigo? La voz de Brad atravesó el ruido de la cafetería, con los puños apretados, la mirada fija en la tranquila chica nueva sentada sola. Todas las miradas se giraron. Emily no se inmutó.

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Alzó la vista, con la mirada tranquila, casi demasiado tranquila para una chica de 16 años en una escuela que apenas conocía desde hacía un día. No estoy jugando, Brad. Sus palabras eran firmes, pero algo oscuro brilló tras ellas.

Se rió, lo suficientemente fuerte como para que todos lo oyeran. ¿Crees que tu actuación silenciosa va a funcionar aquí? Esta es la preparatoria Lincoln. Mi escuela.

Mis reglas. Sus amigos sonrieron con suficiencia, esperando el espectáculo. Emily se levantó.

La sopa aún se pegaba a sus vaqueros de donde Brad la había tirado, pero no se la limpió. Lo miró fijamente a los ojos. Solo esperaba que no me obligaras a mostrar quién soy realmente.

Se hizo el silencio. Por un segundo, nadie se movió. ¿Quién eres exactamente?, se burló Brad, inclinándose, con una confianza inquebrantable, o eso creía.

La multitud Tensa. Alguien susurró: «¿Está loca?». Pero la voz de Emily no tembló. Pronto lo descubrirás.

Y cuando lo hagas, desearás no haber preguntado nunca. La risa de Brad se apagó en su garganta. Por un instante, incluso sus amigos dudaron.

La tensión era algo vivo en la sala, eléctrica, peligrosa, imparable. En ese instante, todos supieron que algo estaba a punto de estallar en el instituto Lincoln. Nadie se iría sin cambiar.

La risa de la cafetería se apagó, dejando un silencio tan pesado que le oprimía el pecho a Emily. La voz de Brad aún resonaba en sus oídos, pero se obligó a salir, con la cabeza alta, ignorando la sopa fría y pegajosa que se le pegaba a los vaqueros.

En el pasillo, un par de estudiantes la miraron fijamente y luego apartaron la mirada. Nadie ofreció una palabra ni una mano amiga. Emily siguió adelante, con la mandíbula apretada.

Llegó al baño de chicas, se encerró dentro y se apoyó en la puerta, luchando contra las ganas de gritar. La cruda realidad de las escuelas de pueblos pequeños, si eres nuevo, si… Eres diferente, estás sola. Emily se miró fijamente en el espejo: ojos rojos, coleta despeinada, manchas de sopa.

Se secó las mejillas. Lo prometiste, mamá, susurró, no más peleas. Pero en el fondo, sabía que algo tenía que cambiar.

Un fuerte golpe en la puerta la sobresaltó. Jessica, la chica popular, preguntó: “¿Estás bien?”. Emily dudó, luego entreabrió la puerta. Jessica no parecía preocupada, solo curiosa…

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