—Por favor… no me dejes aquí sola y expuesta —suplicó. El vaquero intentó resistirse… pero no pudo…

—Por favor… no me dejes aquí sola y expuesta —suplicó. El vaquero intentó resistirse… pero no pudo…

—Por favor, no me dejes aquí sola, expuesta así… —Su voz salió baja, pero temblorosa, demasiado para ser ignorada en aquel granero sofocado por el calor de la tarde.

Él se detuvo a unos pasos, soltó la cuerda que tenía en las manos y giró lentamente, como quien lucha contra algo que no quiere admitir. El favor que le había hecho horas antes, sacándola de una situación humillante en el pueblo, aún pesaba en la memoria de ambos.

Ella lo había llamado allí para agradecer, pero ahora estaba frente a él, indefensa, cubierta apenas por un paño suelto que no cumplía del todo su función.

.

.

.

Él bajó un poco el sombrero, como si quisiera proteger sus ojos de una visión que podía convertirse en pecado si la estudiaba un segundo más. Pero era tarde. Ya la había visto. Ya había sentido la vulnerabilidad de ella como un golpe directo al centro del pecho.

Su respiración se volvió más pesada, no por ira ni por un deseo declarado, sino por una guerra interna entre lo que debía hacer y lo que su cuerpo le pedía.

Ella no retrocedió. Al contrario, mantuvo la mirada fija en él, como quien deja la responsabilidad en manos del otro.

No había viento ni ruido externo, solo el sonido de sus respiraciones chocando en el aire denso del granero.

Ella intentó sujetar el paño con más fuerza, pero sus dedos fallaron, delatando su ansiedad. Él lo notó y tuvo el impulso de girarse, salir y cerrar la puerta. En una tierra gobernada por la reputación, un hombre solo con una mujer descubierta podía dar lugar a rumores venenosos en menos de un día.

Pero algo lo detuvo. Quizás el hecho de que había sido ella quien pidió que se encontraran allí, y no al revés.

—Solo quería agradecerte por lo de hoy —murmuró ella, y su voz sonó diferente. No era pura timidez, era una mezcla de vergüenza y valentía, como quien sabe que ha encendido un fuego donde no debía y ahora tiene que soportar las llamas.

Él avanzó un paso, lento, pesado, como quien camina por terreno minado. Su hombro brillaba con el sudor del trabajo en el corral, y ese detalle simple, de hombre que carga peso real, hizo que el corazón de ella se acelerara de una manera que ningún sacerdote habría aprobado.

No intentó tocarla, no de inmediato, pero la forma en que se detuvo cerca, a menos de un brazo de distancia, reemplazó cualquier contacto. El calor de su cuerpo cruzó el poco espacio entre ellos, y ella tragó saliva, luchando contra el impulso de cubrirse el rostro en lugar del cuerpo.

—No hice nada que no fuera lo correcto —dijo él con un tono grave, intentando devolver la situación al terreno frío de la moral. Pero su mirada traicionó sus palabras.

Examinó la línea del cuello de ella como quien mide un peligro que desea y teme al mismo tiempo.

Ella inclinó ligeramente el mentón, una rendición mínima pero ruidosa en el clima sofocante de esa tarde. No pidió disculpas ni trató de ocultar su intención. La deuda que quería pagar no era con palabras, y ambos lo sabían.

—Aun así, no lo he olvidado —respondió ella con la suficiente firmeza para no parecer débil y con la suficiente dulzura para desarmar cualquier defensa.

El silencio que siguió no fue vacío. Fue pesado, como una silla de montar mojada, lleno de cosas que no se dicen porque, si se dicen, no hay vuelta atrás.

Él cerró los ojos por un momento, como un hombre que respira antes de aceptar que ya ha perdido la lucha con su propia conciencia. Cuando los abrió, la resignación se había transformado en otro tipo de verdad.

No iba a irse, pero necesitaba decidir cómo quedarse.

—Si me quedo aquí, ya no es el mismo asunto —advirtió, no como amenaza, sino como una cláusula justa.

Ella lo entendió sin inmutarse. Quien llama a un hombre al granero, con el cuerpo casi desnudo, no está tratando de favores, está tratando de consecuencias.

El paño resbaló un centímetro más, y ella lo sujetó de nuevo, no por pudor, sino para prolongar el instante antes de que cayera. Quería que él viera el costo de la elección, no un accidente.

Sus manos temblaban, pero su decisión no temblaba con ellas.

—Lo sé —respondió ella.

Esa frase corta definió el tono de lo que venía. Ella no era una prisionera; era cómplice de su propio riesgo.

Él ajustó el peso de su cuerpo como quien acepta una sentencia y avanzó lentamente, la sombra de su pecho proyectando calor en el punto exacto donde la piel de ella ya ardía solo de anticipación.

Cuando la punta de sus dedos finalmente tocó la parte superior del brazo de ella, no hubo prisa. El contacto fue seco, firme, completo, como las cosas que no se hacen a medias en el interior.

Ella cerró los ojos y exhaló un sonido corto, casi inaudible, pero suficiente para encender aquello que él había estado luchando por contener.

Él subió la mano solo un poco, trazando con el pulgar la corta distancia entre el autocontrol y la rendición.

No había indecencia en el gesto. Había una entrega lenta y consciente.

Se inclinó hacia el cuello de ella, sin tocarlo, dejando que el aire caliente de su aliento golpeara contra su piel. Ella arqueó ligeramente el cuerpo, como quien pierde fuerza en el lugar equivocado y, al mismo tiempo, acierta en el lugar exacto.

—Dime si debo detenerme —murmuró él, aún sin tocarla con los labios, como un último recurso de freno.

La respuesta de ella no llegó en palabras. Llegó en la forma en que su mano se posó sobre el pecho de él, no para empujarlo, sino para anclarlo.

Él entendió. Aquello era consentimiento, no rendición.

El paño resbaló nuevamente, esta vez sin resistencia. Ella dejó que cayera casi por completo, pero lo sostuvo en el último borde, solo para que el momento de la revelación estuviera en sus manos y no en las circunstancias.

Él no tomó el paño. Tomó lo que importaba: su rostro, con ambas manos, como quien confiesa sin palabras.

El beso no llegó aún, pero la distancia entre sus labios ya valía como un acto.

Fue en esa pausa cargada que el destino de la noche quedó sellado, incluso antes de comenzar.

Related Posts

Our Privacy policy

https://rb.goc5.com - © 2025 News